domingo, 8 de agosto de 2010

ANÁLISIS TERMINABLE E INTERMINABLE -VIII-


VIII. Tanto en el psicoanálisis terapéutico como en el del carácter percibimos que dos temas se presentan con especial preeminencia y proporcionan al analista una cantidad desmedida de trabajo. En seguida resulta evidente qué aquí actúa un principio general. Los dos temas se hallan ligados a la distancia entre los sexos; uno es característico de los varones; el otro, de las mujeres. A pesar de las diferencias de su contenido, existe una clara correspondencia entre ellos. Algo que los dos sexos tienen en común ha sido forzado, por la diferencia entre los sexos, a expresarse de distintas formas. Los dos temas, que se corresponden, son: en la mujer, la envidia del pene - una aspiración positiva a poseer un órgano genital masculino -, y en el varón, la lucha contra su actitud pasiva o femenina frente a otro varón. Lo que era común a los dos temas fue aislado en una temprana época de la nomenclatura del psicoanálisis como una actitud hacia el complejo de castración. Posteriormente Alfred Adler introdujo en el lenguaje corriente el término de «protesta masculina». Se acomoda perfectamente al caso de los varones; pero pienso que desde el comienzo «repudiación de la feminidad» habría sido la correcta descripción de este notable hecho en la vida psíquica de los seres humanos.

Al intentar introducir este factor en la estructura de nuestra teoría no debemos pasar por alto el hecho de que, por su misma naturaleza, no puede ocupar la misma posición en los dos sexos. En los varones la aspiración a la masculinidad es, desde el principio, sintónica con el yo; la actitud pasiva, puesto que presupone una aceptación de la castración, se halla reprimida enérgicamente y con frecuencia su presencia sólo se revela por hipercompensaciones excesivas. En las hembras también la aspiración a la masculinidad resulta sintónica con el yo en cierto período - es decir, en la fase fálica, antes que haya empezado la evolución de la feminidad -. Pero entonces sucumbe a los tempestuosos procesos de la represión, cuyo éxito, como tantas veces se ha demostrado, determina el logro de la feminidad de una mujer. Muchas cosas dependen de que una cantidad suficiente de su masculinidad escape a la represión y ejerza una influencia permanente sobre su carácter. Normalmente grandes porciones del complejo son transformadas y contribuyen a la formación de su feminidad: el deseo apaciguado de un pene está destinado a convertirse en el deseo de un bebé y de un marido que posee un pene. Es extraño, sin embargo, cuán a menudo encontramos que el deseo de masculinidad ha sido retenido en el inconsciente y a partir de su estado de represión ejerce un influjo perturbador.

Como se ve por lo que he dicho, en ambos casos es la actitud apropiada para el sexo opuesto la que ha sucumbido a la represión. Ya he señalado en otro lugar que fue Wilhelm Fliess el que llamó mi atención sobre este punto. Fliess se hallaba inclinado a considerar la antítesis entre los sexos como la causa verdadera, la fuerza motora y el motivo primigenio de la represión. Sólo estoy repitiendo lo que entonces dije al expresar mi disconformidad con su opinión, cuando me niego a sexualizar la represión de este modo; es decir, a explicarla por motivos biológicos en lugar de por motivos puramente psicológicos. La gran importancia de estos dos temas en las - mujeres el deseo de un pene y en los varones la lucha contra la pasividad - no escaparon a Ferenczi. En el trabajo leído por él en 1927 consideraba como un requisito para todo psicoanálisis realizado con éxito que esos dos complejos hubieran sido dominados. Me gustaría añadir que, según mi propia experiencia, pienso que al pedir esto pedía demasiado. En ningún momento del trabajo psicoanalítico se sufre más de un sentimiento opresivo de que los repetidos esfuerzos han sido vanos y se sospecha que se ha estado «predicando en el desierto» que cuando se intenta persuadir a una mujer de que abandone su deseo de un pene porque es irrealizable, o cuando se quiere convencer a un hombre de que una actitud pasiva hacia los varones no siempre significa la castración y es indispensable en muchas relaciones de la vida. La rebelde hipercompensación del varón produce una de las más intensas resistencias a la transferencia.

Se niega a sujetarse a un padre-sustituto o a sentirse en deuda con él por cualquier cosa y, por consiguiente, se niega a aceptar su curación por el médico. Del deseo de un pene por parte de la mujer no puede provocarse una transferencia análoga, pero es en ella la fuente de graves episodios de depresión debidos a una convicción interna de que el análisis de nada servirá y que nada puede hacerse para ayudarla. Y hemos de aceptar que está en lo cierto cuando sabemos que su más fuerte motivo para el tratamiento era la esperanza de que, después de todo, todavía podría obtener un órgano masculino, cuya ausencia era tan penosa para ella. Pero también aprendemos de esto que no es importante la forma en que aparece la resistencia, sea como una transferencia o no. La cosa decisiva sigue siendo que la resistencia evita que aparezca cualquier cambio, que todo continúa como antes estaba. Con frecuencia tenemos la impresión de que con el deseo de un pene y la protesta matransferencia masculina hemos penetrado a través de todos los estratos psicológicos y hemos llegado a la roca viva, y que, por tanto, nuestras actividades han llegado a su fin. Esto es probablemente verdad, puesto que para el campo psíquico el territorio biológico desempeña en realidad la parte de la roca viva subyacente. La repudiación de la feminidad puede no ser otra cosa que un hecho biológico, una parte del gran enigma de la sexualidad. Sería difícil decir sí y cuándo hemos logrado domeñar este factor en un tratamiento psicoanalítico. Sólo podemos consolarnos con la certidumbre de que hemos dado a la persona analizada todos los alientos necesarios para reexaminar y modificar su actitud hacia él.
Sigmund Freud.
Continúa.

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