miércoles, 30 de diciembre de 2009

FELICITACIÓN NAVIDEÑA



Con este poema te deseo lo mejor para el año 2010, que como todos, nace abierto a cualquier novedad para el que sea capaz de construirla.


ALCALÁ DE HENARES


Conoció largos inviernos, la ciudad valiente,
de oficiales muertos sin vestir trincheras
donde hubo silencios prolongados sin darla espalda a banderas de cigüeñas.
Se mantuvo el verbo presente,
la noche en cada almohada y aquella
extensión que no comprendía
te fue abriendo de mujer la frente
y la palabra dada, verso a verso, te abrazó.
Alejado de lo capital, la distancia precisa
para la huida imposible, y
acompañando la sonrisa con:buenas tardes señora, un abrazo, para el director
fuimos tomando posiciones.
Los más adustos junto a la muralla
al este de la piedra los recuerdos y al norte del verdor todo es azul.
Enterramos algún muerto, algunos
no llegaron a nacer. Tuvimos desertores
y ancianos bailando en cada misa
la alegría de nuestra llegada.
Visitamos la cárcel por dentro, como médicos,
los colegios con su claustro en nuestros versos
y los tallos caídos de secar lágrimas guardamos
en museos hurtados al ejército amigo
donde nadie habla cuando algo se descubre.
Las mujeres torturadas y ocultas durante siglos,
como almendras garrapiñadas,
por la pasión acudían, en oleaje, de todos lados.
Mujeres que nunca habían llorado,
hembras sin perdón, proscritas y mudas ancianas
niñas jugando a ser la profesora celosa o
la madre del canto futuro del ruiseñor.
Tantas mujeres recibimos, tanta alegría de poder hablar
que un día tomamos una emisora de radio y
con la fuerza del verso los jueves declamábamos
señora María es la hora: “Poeta del mediodía”.
Ya nunca habrá semana sin amor,
don mejor sin poema, niño sin lapicero
ni grupo sin director, enamorados de ser semillas del cantor.
Y cuando para seguir creciendo,
por ley, nos dividimos en pedazos exactamente desiguales y
compramos suelo, estábamos aceptando,
del futuro la deuda que no se puede condonar.
Tapizamos con poemas las calles,
en los suburbios brillantes de ignorancia
en tu mesilla de noche despoblada de amorpusimos tiendas de campaña y donamos libros
miles de revistas difundimos y aprendimos a pintar
en las paredes de tu casa para que fueran hogar.
Y el señor de los inventos
con su cordón universal de creación
trajo músicos a la fiesta ya que había buenas letras
sólo faltaba quien musicara lo que llegaría a ser
una vida de película.
Y no olvidó las tardes de hospital, ciego y mudo de suerte,
abanderando el vaivén del río en su cadencia de volver
al cauce del pasado siempre como melancolía.
No lo olvido, en los papeles de la ciudad escribí y
otros nacieron de aquella gesta en la tarea de seguir
y en el juzgado firmé ser amante y bajo tu techo
deseante persevero para que en Alcalá haya juventud.

Carlos Fernández

viernes, 18 de diciembre de 2009

LA MORAL ES ANTIECONÓMICA


"Los pecados personales no debieran necesitar comunicados de prensa y los problemas dentro de una familia no debieran exigir confesiones públicas", afirma Woods.


---------------------


Tiger Woods, número uno a nivel mundial como jugador profesional de golf, fue descubierto por su esposa de tener amantes. Desconocemos la intimidad del caso, el psicoanálisis escucha sin mirar.
Fue diagnosticado de Infidelidad por la prensa a nivel mundial, la cual se hizo eco de la noticia transformando el hecho en una catarata de amantes que bien fotografiadas aparecen en la prensa diaria desde diferentes puntos del planeta.
Los días siguientes al suceso y acosado, tanto Tiger Woods como su familia, decide abandonar “temporalmente” la práctica del golf para reflexionar y poder hablar con los suyos, pidiendo públicamente perdón por su comportamiento.
Hasta aquí, casi todos, estaremos de acuerdo.
El que suscribe no está de acuerdo: ni en el trato profesional y ético que se dio a la noticia (de eco a tormenta) ni en el comportamiento de los que asesoran al número uno mundial, llevándole a disculparse públicamente por demostrar saber hacer dos cosas diferentes durante varios años seguidos.
Y ahora se darán cuenta los “genios de las finanzas del deporte” del grave error cometido por no estar asesorado por psicoanalistas. El tiempo que Tiger Woods (motivo de una grave lesión de rodilla) estuvo retirado de los campos de golf los ingresos publicitarios disminuyeron más de un 10% a nivel mundial, pues sin la participación del número uno todos pagan menos.
Con una ética psicoanalítica los resultados económicos son otros ya que el moralista es el que no deja crecer, el que no deja hablar, el que no deja ganar ni a otros ni a él mismo, ese es el moralista cobarde que además se inmiscuye en la vida privada, en este caso de un jugador de golf, que está generando trabajo y divisas para un montón de familias a nivel mundial.
Señores periodistas, abogados, médicos, deportistas, profesores, alumnos, artistas….revisemos nuestros deseos porque el gran enemigo de cada uno anida y duerme con nosotros, con nuestra propia piel en nuestro cuerpo.


Dr. Carlos Fernández
Médico Psicoanalista
Especialista en Dirección Deportiva

miércoles, 2 de diciembre de 2009

HIPERTENSIÓN ARTERIAL



La hipertensión arterial, es uno de los problemas de salud pública más importante en los países desarrollados. Es una enfermedad frecuente, muchas veces asintomática, fácil de diagnosticar pero en ocasiones difícil de tratar.
La mayor parte de los casos (90% - 95%) la causa de la Hipertensión Arterial es desconocida, llamándosela Hipertensión Idiopática o Esencial. Del 5 al 10% restante presenta una causa específica que suele corresponder con patología: cardiaca, renal, endocrina o neurogénica.
Todos los textos especializados destacan que el 95% de los pacientes reciben un tratamiento empírico o sintomático, es decir destinado a disminuir las cifras tensionales sin valorar al sujeto que padece el cuadro y que circunstancias pueden acompañarlo.
El pronóstico de esta dolencia es fundamental, ya que afecta a diferentes órganos pudiendo llevar incluso a la muerte, con lo que el tratamiento correcto mejora el pronóstico de la enfermedad.
Queremos llamar la atención sobre el dato que remarca el desconocimiento de las causas en el 90% de los casos y a lo frecuente que resulta encontrar en consulta el relato por parte del paciente de situaciones diversas con la coincidencia general de: nerviosismo, estrés, ansiedad, exceso de responsabilidad en el trabajo, manifestaciones todas ellas de sentimientos inconscientes de culpa, que hablan en todos los casos de una problemática psíquica, la mayor parte de las veces no tenida en cuenta en el tratamiento, ya que la terapia farmacológica (necesaria por otra parte) y la dieta que se indica, no alcanza para atender el conflicto anímico presente en el 90% de estos pacientes.
EN TODA HIPERTENSIÓN HAY QUE ESCUCHAR EL DESEO.
La moral alcanza hasta donde la mirada nos permite. Míticamente la sangre y en general el estudio de los fluidos corporales fue tabú y en épocas de inquisición más de un investigador que desafiaba las palabras divinas fue repudiado y su obra quemada, recordemos al médico y teólogo Miguel Servet, que se “atrevió” a describir por primera vez el circuito sanguíneo pulmonar, lo que chocaba frontalmente con la ideología imperante en el siglo XVI. Conocimientos que hoy se estudian en todas las Facultades de Medicina, fueron en otro tiempo motivo de disputa científica.
Sabemos que en el proceso fisiológico corporal de la circulación sanguínea intervienen diferentes factores y mecanismos: gasto cardiaco, secreción de hormonas, musculatura lisa de las arterias, filtrado glomerular...y también sabemos que participa en todos los casos el sistema nerviosos autónomo o vegetativo, es decir aquella parte del organismo que presenta una relación directa con el sistema inconsciente. De modo que el aparato psíquico debe ser valorado y tenido en cuenta (como factor etiológico, en el mecanismo etiopatogénico y en todo pronóstico) a la hora de tratar toda Hipertensión.
Como profesionales de la salud mental debemos investigar cual es la tensión sistólica, diastólica (la máxima y la mínima) cual la tensión sexual, la tensión de vivir, la tensión laboral, familiar, y a qué refiere esa Hipertensión en ese paciente en particular y qué se manifiesta en el sistema circulatorio. Otra cuestión a plantearse es por qué unos pacientes responden mejor que otros al tratamiento farmacológico o la compulsión oral (consumo de tabaco, alcohol, comidas) difícil de resolver sin el enfoque adecuado.
El cuerpo es el escenario donde se representa la vida anímica, de modo que cualquier alteración que se manifiesta en el cuerpo, sea de la índole que sea, indica la participación de procesos fisiológicos y psicológicos involucrados en la afección.

Dr. Carlos Fernández

viernes, 20 de noviembre de 2009

LA SEXUALIDAD ES INCONSCIENTE

Buscamos el sol. Miguel O Menassa


La sexualidad es un concepto novedoso, si consideramos que la teoría sexual donde se formula cómo amamos y qué deseamos se produjo, hace poco más de cien años (1905) Tal vez por eso se sigue confundiendo lo sexual con lo genital, o se piense que los niños carecen de sexualidad o pidamos amor cuando queremos sexo.
La sexualidad es tan natural como la inteligencia o el odio. Es decir todo, absolutamente todo, se construye (todo es artificial en el humano) y cuando le ponemos al crecimiento: vergüenza, pudor o repugnancia, estamos hablando de moral en lugar de la ética del deseo. Es diferente la regulación de los modelos ideológicos del estado, aquellos que dictan los que está bien y lo que no es políticamente correcto, aquellos que transmiten cómo hay que amarse, en que momento hay crisis sexual o qué barbaridades realizar para hacerse famoso. El erotismo es totalmente diferente de la pornografía, sin embargo se transmite perversamente a la población, una confusión incestuosa, a través de los medios de difusión.
Modelos ideológicos de los que no podemos escapar, como tampoco se puede negar el gran poder de la especie muy superior al deseo del sujeto, ya que la especie impone la reproducción para perpetuarse, no importándole de qué manera se consigue o que lo ocurre a los sujetos en ese proceso. En 1905, el doctor Sigmund Freud, escribió “Tres ensayos para una teoría Sexual”. Ofreció respuestas que el hombre llevaba preguntándose desde que existe la escritura. Antes de la escritura no se puede saber, que le pasaba al humano (hablamos de prehistoria), y antes de hablar no se puede saber que desea el amante, después tampoco. Por hablante se sabe que hay una demanda, un pedido deseante y, no se trata de saciar, sino más bien de poder desplegar el deseo.
Al descubrirse, al producirse el concepto de Inconsciente, (ese lugar donde verdaderamente pensamos y gozamos), al articularse una teoría de los procesos humanos, es decir de los celos, la envida, el miedo, las ambiciones, el asco, las inhibiciones, pero también de la creación, del deseo, del amor, las ambiciones, el asco, las inhibiciones y, también de la creación, del deseo, del amor; al descubrirse el Inconsciente, sabemos cómo es la sexualidad del hombre, de la mujer.
No hay amor sin deseo, es decir hay un amor que es privativo de aquellos sujetos que sean capaces de producirlo para ellos, pero no es algo natural o innato. Algunas parejas se preguntan ¿qué fue de aquel deseo, de aquella fiebre apasionada? Podemos responder que: el sexo no cae, se puede deformar, transmutar, esconderse, disfrazarse pero el sexo no cae.
El otro tipo de amor, el de la especie, el que conlleva la reproducción, ese amor no es un sentimiento propio del sujeto psíquico. Es un sentimiento que la poderosa especie impone al sujeto biológico. Ser padre o madre es una función. Es decir no es necesario tener hijos, para ser padres, así como hay quien tiene hijos y ni sabe, ni puede, ni quiere desempeñar la función. Por ello que los huérfanos, pueden crecer, al igual que los ciegos, pueden ver, porque no es con los ojos de la cara que se ve. Se trata de la mirada, no de la visión, por eso que tenemos la sensación de que el son se mueve, gira alrededor de la tierra, cuando en realidad es la tierra la que gira alrededor del sol, pero nuestros órganos de la percepción nos informan de esa sensación ilusoria.
Desconocemos la propia sexualidad por ser inconsciente. Se puede analizar lo que pensamos de las fantasías, las inhibiciones, las ambiciones, los afectos que son sólo pensamientos. Se puede analizar la relación que cada uno tiene con su propio cuerpo, los sueños, los compañeros. Todos deseamos las mismas cosas, nos diferenciamos en la diferente manera de renunciar, de poner en escena, de llevar adelante nuestros deseos.
Dr. Carlos Fernández

miércoles, 18 de noviembre de 2009

LOS CELOS Y LA ENVIDIA


Reconocer que se pueden “sentir” celos, habla de la implicación del sujeto en lo que le pasa, dice de un grado de salud, más difícil aún es reconocer que se siente envidioso. Y ambos: celos y envidia son vertientes de cuestiones sociales por un lado y psíquicas por otro. Posibles de ser analizadas.
El celoso es más social que el envidioso, ya que el celoso, se siente excluido de una escena en la que le gustaría participar. El celoso, desea lo que otro está mirando, desea un deseo de otro; mientras que el envidioso, no desea lo que el otro consiguió, sino que solo quiere romperlo. El envidioso no quiere el coche del vecino, solo rayarlo.
El celoso reconoce la existencia de otro semejante con el que algo quiere, el envidioso quiere que el otro no tenga. En los celos siempre hay tres personajes como mínimo, en la envidia sólo hay uno (por ello es más primitiva y anterior que los celos)
Los celos y la envidia, señalan la doble carencia constitutiva del sujeto, esa imperfección que lo constituye como humano por nacer de padre y madre, seres sexuados (es decir celulares) por ende mortales como él, con lo cual también morirá.
Y llegar a la vida (cuando ya había vida para otros) es decir nacer anticipado por algo que permitió no solo que naciera y creciera, también apropiarme de lo que otros humanos antes de “uno” hicieron, llegar a la vida y aceptar ser un privilegiado que puede heredar no es fácil de aceptar. Los abogados lo ven en las dificultades que existen para resolver muchas herencias.
Dice el refrán “de bien nacidos es ser agradecidos”. Me puedo beneficiar de lo que trabajaron otros que sin conocerme construyeron: calles, universidades, puentes, teléfonos, objetos, libros…que permiten un mejor aterrizaje en la vida.
Los especialistas sabemos que hay cierta tendencia social a reprimir la sexualidad en aras de aumentar la producción social y de preservar la estructura monogámica de la familia nuclear, cuyo origen se fundamenta en el pasaje del feudalismo al capitalismo. Con el pasaje del trabajo artesanal al asalariado, la máquina permitió la obtención de la plusvalía y en consecuencia la posibilidad de acumular capital. Y la acumulación sin distribución adecuada siempre trae problemas.
El gran problema de los celos, no es “sentirlos” sino pensar que se pueden “tener”, es decir que se puede tener al “otro”, al semejante, al conyugue, al compañero. Y conviene saber que lo que despierta los celos, no son las personas, son frases, son palabras pronunciadas que señalan lugares de los cuales nos sentimos excluidos y en los que nos gustaría participar.
Todo conocimiento humano tiene su fuente en la dialéctica de los celos, es decir se constituye el yo del sujeto a la vez que el otro semejante. Mientras va descubriendo su propio cuerpo, la imagen del otro le anticipa. De modo que decimos que los humanos nacemos perdiendo doblemente: frente a las imágenes y frente a las palabras. Cuando crecemos iremos construyendo con el lenguaje, a través de las palabras, nuestras propias imágenes, que son en todos los casos lo privado.
La familia monogámica se constituye para establecer las leyes de la herencia de bienes materiales, pero hay cuestiones que no controla el sexo, por ejemplo el dinero tiene sus propias leyes, de modo que cuando es el dinero el que dice como debe ser gastado, es decir pone su nombre y apellidos a la cosas (por ejemplo veinte euros para libros), hablamos del dinero como equivalente general (donde con dinero se puede comprar hasta dinero) pero a veces el sujeto no acepta las leyes del dinero y quiere manejarlo él, como “cree” manejar otras cuestiones de su vida, ahí suele ocurrir que maneja el dinero como equivalente simbólico, es decir como lo que alguna vez hizo en la fase anal, de su constitución psíquica, con la caca: retenerla, acumularla, expulsarla, regalarla. La envidia se cura con trabajo y admirando en el otro sus logros. Los celos son deseos a los que puedo poner palabras, y entonces se transforman en otra cosa.


Dr. Carlos Fernández del Ganso

lunes, 16 de noviembre de 2009

EL SIGNIFICADO DE LOS SUEÑOS

Todos soñamos, tal vez por eso, los sueños interesen a la humanidad desde que el hombre es hombre. Existen escritos que así lo atestiguan, en la Biblia aparecen posibles significados de los sueños, los faraones contaban con “descifradores” de lo onírico, los guerreros de antaño, se hacían acompañar de célebres “interpretadores” de sueños en sus campañas bélicas. El hombre siempre interrogó lo más íntimo del sujeto.
Durante siglos se ofrecieron diferentes nociones de diversa validez, desde considerarlo como un producto inservible y sin sentido a considerarlo como un mensaje divino. Toda esta inquietud, llevó a realizar hipótesis y cuestionar acerca de los sueños: ¿por qué hay personas que sueñan todos los días y otros casi nunca?, ¿por qué hay sueños que se repiten? ¿que significan las pesadillas?, ¿hay sueños típicos?, ¿qué significa soñar con la muerte de algún ser querido?
Preguntas que se hizo la humanidad, y solo se pudieron conceptuar (desplegar teóricamente y entender) a raíz de la investigación que llevó a cabo el médico vienés Sigmund Freud al escribir “La interpretación de los Sueños” texto que fue publicado en el año 1900. Hay fechas históricas que suponen un antes y un después.
El propósito de Freud, en realidad no era desenmascarar los sueños. Sucedió que los pacientes que atendía en su consulta, sin saber muy bien porque, le contaban entre el material de sus padecimientos y vida cotidiana, sus sueños. Esto le hizo investigar sobre el tema y, como siempre que ocurre un hecho científico, fue sorprendido el propio Sigmund Freud, por un gran descubrimiento que modificó el mundo del pensamiento en general y de la vida psíquica en particular. Salud, educación y creación después de 1900 han podido ser transformados gracias al psicoanálisis.
Se descubrió que existe en todos los humanos, en su aparato psíquico, algo que desconocemos y que dirige nuestros pensamientos, un lugar ignoto, incognoscible e impensable que genera y sobredetermina nuestra vida anímica: El Inconsciente.
Ahora, por ejemplo, sabemos que el sueño es el guardián del reposo.
Lo que descubrió Freud es el concepto de Inconsciente: motor de la vida, que no juzga ni calcula, trabajador incansable e inagotable al que lo único que le interesa es desear, expresándose a través de sus efectos, ya que lo inconsciente es imposible de hacerse consciente tal cual. El Inconsciente es imposible de aparecer en la conciencia, jamás se muestra en la razón; lo que aparece son los efectos del Inconsciente, así como la luz es un efecto de la energía eléctrica, invisible a los ojos y el amor es ciego y la justicia se representa con una venda en los ojos. Y sin embargo podemos hablar.
Entre los productos-efectos del Inconsciente están los sueños. Otros efectos son: el síntoma, los lapsus, los actos fallidos, las equivocaciones orales, los cambios de tono, los chistes, los ejemplos, las reiteraciones, el silencio significante…) De modo que es imposible, por sujeto del lenguaje, escapar a lo humano por excelencia: la palabra.
Freud utilizó el sueño para mostrar su descubrimiento, ya que lo que se había producido era por científico, de interés general y el sueño es un fenómeno universal. Es decir no había descubierto algo en la clínica, válido únicamente para los enfermos, sino que la teoría por ser clínica, permitía exponer a través de los sueños, las leyes del lenguaje que dan cuenta del proceso humano de pensar, enfermar, crear, amar, matar, envidiar, odiar, trabajar y jugar viviendo.
“El sueño tiene sentido” fue el primer paso de su formulación teórica. Pero este sentido sólo aparece después de ser interpretado, de modo que lo que recordamos cuando nos despertamos, todavía no se sabe lo que es, (es decir en sí mismo el sueño no significa nada) Y para que acontezca la interpretación (instrumento del método psicoanalítico), el sueño soñado, debe ser contado en condiciones de asociación libre y en transferencia (elementos de la técnica psicoanalítica) siendo la escucha especializada del analista uno de los instrumentos imprescindibles del trabajo práctico técnico, para que se pueda producir la interpretación, es decir el inconsciente del soñante. Y es con estas condiciones que decimos: “El sueño se presenta cómo una realización de deseos”. Aunque al soñante le parezca extraño, nimio, indiferente o desagradable (disfraces con los que se presenta el sueño) para poder llegar a la conciencia.
Los descubrimientos más civilizadores, los grandes inventos en la humanidad siempre se produjeron con trabajo, estudio y casi siempre en contra de la opinión establecida, por suponer una novedad. El arte genera humanidad y no es la toma del poder (cualquier poder) lo que consolida el poder, sino que es la dirección de los modelos ideológicos lo que consolida el poder.
Dr. Carlos Fernández

viernes, 2 de octubre de 2009

UNAS HORAS DESPUÉS DEL FALLO DEL C.O.I

ESTÉ POEMA NOS AYUDÓ A SUPERAR EL FALLO DEL C.O.I

¡AVANTI!


Si te postran diez veces, te levantas

otras diez, otras cien, otras quinientas:
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.
Con el hambre genial con que las plantas
asimilan el humus avarientas,
deglutiendo el rencor de las afrentas
se formaron los santos y las santas.
Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
nada más necesita la criatura,
y en cualquier infeliz se me figura
que se mellan los garfios de la suerte...¡
Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de su muerte!

Sonetos medicinales.
Almafuerte

UNOS MINUTOS ANTES DEL FALLO DEL C.O.I

Ella sabe que ciudad alberga, lo castellano, como capital futuro.
Ella ya decidió que se escribiera el poema olímpico.
Ella sabe que sólo desde la segunda vez, hay puesta en escena.

Aprovechamos para felicitar el cumpleaños olímpico de Fabián Menassa y publicamos un poema escrito hace unas semanas por Fabián.

TENGO UNA CORAZONADA


Ni Tokio, ni Chicago, ni Río De Janeiro

Camino por tus calles de empedrado, diamante legado de brutal imperio,]
Regreso, fugitivo cansado, respiro tus pulmones de hollín en los tejados]
Negros pegasos bajo mis pies para vuelos imposibles, vértigo voraz; ]
Tu cielo Madrid, me mira olímpico con su peso de historia delirante,]
Con su queja de naufragio irrepetible en la garganta ardiente del mediodía]
Y sin embargo, esta vez, el sol padre refleja un brillo especial en tu mirada,]
Un verde, profundo brillo de laurel coronario sobre tu corazón de estación,]
Sobre tu intestino vientre de incansable senda de ecléctico elefante taciturno,]
Sobre tu pecho de suroeste a noreste atravesado por este grito de libertad sobre las nubes]Donde una hoguera ciega, como de otros tiempos, habla con la noche sus encuentros]
Y a su paso lucen bajo su llama destilada en atávicos mitos ciudades del mundo todo;]
Un verde, profundo brillo de laurel atraviesa a este niño andando en bicicleta confiado]
Mientras sus bolsillos desgastados dejan caer las monedaspor la sembrada senda de los días por venir,]
Ha abierto la caja mágica dónde solo queda ya la esperanza negada porlos dioses a los hombres.]Fue Hefeso, obnubilado por tu compacta y rica geografíaquien moldeo tu figura de granítica presencia,]
es por eso que tu silueta de antorcha inextinguiblese eleva victoriosa sobre la planicie atardecer de tus collares,]
junto al cauce del río y Atenea besa tu frente encandilada.Un verde, profundo brillo de laurel se fisiona violentamentecon tu aire continental mediterráneo],
y tus caedizas hojas se engalanan en braquiblastos de orgánica existencia]
Nacen de tus arterias, sauces milenarios tus edificios alberganel peregrinaje ancestral ]
de las grandes civilizaciones por tu seno ataviado con guirnaldasde purísimo oro y artemisa,]
Miro tu cielo, Madrid, latir entre las manos de Chronos,la inevitabilidad de tus tambores]
Tu cielo, Madrid, me mira olímpico, enhiesto,con su peso feroz de alucinada historia,]
¡Tu cielo,
Madrid,
me mira olímpico!

Fabián Menassa

lunes, 14 de septiembre de 2009

EL SÍNDROME POSTVACACIONAL

Noche estrellada. V. Van Gogh

Comenzó el mes de septiembre, supuestamente la mayoría hemos disfrutado de un descanso, algún viaje o nuevas experiencias. Ahora corresponde volver al trabajo. Y
nos encontramos noticias de prensa, similares a las de siempre, retos y exigencias laborales frente a las que nos sentimos sin energía. Todo esto contando con que acabamos de “disfrutar” en el mejor de los casos de unas merecidas vacaciones. Sin embargo podemos sentirnos peor que antes del descanso estival, o pensar que de poco nos sirvió, sin energía ni deseo para el manejo habitual del día a día.
Se escucha hablar en televisión, prensa y radio, del llamado “Síndrome Postvacacional” caracterizado por: apatía, cansancio y desgana general, preocupaciones excesivas por el trabajo y el dinero, abandono de estudios o proyectos ya establecidos antes del verano, carácter irritable.
Pero ¿de qué se trata? ¿qué se puede hacer? ¿es mejor no tomar vacaciones? ¿éste síndrome es algo nuevo? ¿nos pasa a todos? ¿es un cuento chino…?
Para pensar esta situación acerquemos algunos conceptos y reflexiones que puedan ayudarnos: A) Las vacaciones se deben trabajar previamente, es decir, las interrupciones son necesarias para poder continuar, al igual que los silencios forman parte del dialogo o las hojas en blanco de un libro representan respeto para el lector. Entonces de vacaciones se puede ir a “cargar” las pilas, significa esto hacer algo nuevo, diferente, plantearse pequeñas cosas y no grandes empresas o se puede pretender durante las vacaciones no hacer nada, “descargar” tensiones. En este último caso a la vuelta nos encontramos con unas expectativas falsas, donde nada cambió y todo sigue siendo lo mismo. B) Las vacaciones forman parte del trabajo, luego es un período donde se continúa generando vida, salud y dinero, porque el dinero circula, la salud es una producción (no hay salud natural) y la vida no tiene sentido (los admite todos)
Aquí radica uno de los pivotes para pensar esta situación: lo finito, los límites, la puntuación de cada humano. De modo que las vacaciones son “efecto” de un trabajo realizado y no la “causa” del futuro laboral. C) Quien se limita existe. La perfección no existe y solos nada podemos, quiere decir que hasta para disfrutar, para gozar, para aprender necesitamos de otros semejantes, de manera imaginaria, real y simbólica. Recordemos que un libro siempre tiene destinatario y el onanismo dedicatoria.

EL FUTURO LO CONSTRUYE CADA UNO O SE LO IMPONEN.

La felicidad sólo se haya en el camino del trabajo. No hay en la vida un lugar donde llegar, porque el deseo no tiene un objeto único y concreto, es decir no se contenta con algo especifico, sino que el deseo (motor de la vida humana) lo único que pide es desear, trabajar constantemente, sin fatiga. Cuando lo imaginario (imagen) lo ilusorio, la fantasía, la ideología le “propone” al sujeto la idea de haber alcanzado algo o de haber llegado a algún sitio, (como es una situación ilusoria, no real) la decepción acontece. Pero decepcionarse es siempre responsabilidad de cada uno.
Todas las disciplinas referidas al hombre en general, ya sean filosóficas, sociológicas o psicológicas, han querido absorber de una u otra manea la angustia, proponiendo pautas de explicación y diferentes terapéuticas para calmarla o resolverla.
El ocio está pautado por las costumbres, el folclore e ideología del estado (agosto, domingos, fiestas patronales…) lo que no significa que el sujeto no deba apropiarse de lo ya heredado, de tal manera que debe hacer suyas las vacaciones, producirlas y para ello: la lectura, escritura, pintura, cine, música, deporte y tertulias son facetas que canalizan el tiempo de las vacaciones, haciéndolas productivas.
Dr. Carlos Fernández

lunes, 31 de agosto de 2009

LA MORAL SEXUAL "CULTURAL" Y LA NERVIOSIDAD MODERNA. Sigmund Freud - 1908 - (XIII)

LA MORAL SEXUAL "CULTURAL" Y LA NERVIOSIDAD MODERNA. Sigmund Freud - 1908 -


Al tratar de la abstinencia no se suele distinguir suficientemente dos formas de la misma; la abstención de toda actividad sexual en general y la abstención del comercio sexual con el sexo contrario. Muchas personas que se vanaglorian de la abstinencia no la mantienen, quizá, sino con el auxilio de la masturbación o de prácticas análogas relacionadas con las actividades sexuales autoeróticas de la primera infancia. Pero precisamente a causa de esta relación, tales medios sustitutivos de satisfacción sexual no son nada inofensivos, pues crean una disposición a aquellas numerosas formas de neurosis y psicosis que tienen por condición la regresión de la vida sexual a sus formas infantiles. Tampoco la masturbación corresponde a las exigencias ideales de la moral sexual cultural y provoca en el ánimo de los jóvenes aquellos mismos conflictos con el ideal educativo a los que intentaban sustraerse por medio de la abstinencia. Además, pervierte el carácter en más de un sentido, haciéndole adquirir hábitos perjudiciales, pues, en primer lugar, y conforme a la condición prototípica de la sexualidad, le acostumbra a alcanzar fines importantes sin esfuerzo alguno, por caminos fáciles y no mediante un intenso desarrollo de energía, y en segundo, eleva el objeto sexual, en las fantasías concomitantes a la satisfacción, a perfecciones difíciles de hallar luego en la realidad. De este modo ha podido proclamar un ingenioso escritor (Karl Kraus), invistiendo los términos, que «el coito no es sino un subrogado insuficiente del onanismo».

La severidad de las normas culturales y la dificultad de observar la abstinencia han coadyuvado a concretar esta última en la abstención del coito con personas de sexo distinto y a favorecer otras prácticas sexuales, equivalentes, por decirlo así, a una semiobediencia. Dado que el comercio sexual normal es implacablemente perseguido por la moral -y también por la higiene, a causa de la posibilidad de contagio-, ha aumentado considerablemente en importancia social aquellas prácticas sexuales, entre individuos de sexo diferente, a las que se da el nombre de perversas y en las cuales es usurpada por otras partes del cuerpo la función de los genitales. Pero estas prácticas no pueden ser consideradas tan innocuas como otras análogas transgresiones cometidas en el comercio sexual; son condenables desde el punto de vista ético, puesto que convierten las relaciones eróticas entre dos seres, de algo muy fundamental, en un cómodo juego sin peligro ni participación anímica. Otra de las consecuencias de la restricción de la vida sexual normal ha sido el incremento de la satisfacción homosexual. A todos aquellos que ya son homosexuales por su organización o han pasado a serlo en la niñez viene a agregarse un gran número de individuos de edad adulta, cuya libido, viendo obstruido su curso principal, deriva por el canal secundario homosexual.


(Continúa)

domingo, 30 de agosto de 2009

LA MORAL SEXUAL "CULTURAL" Y LA NERVIOSIDAD MODERNA. Sigmund Freud - 1908 - (XII)

LA MORAL SEXUAL "CULTURAL" Y LA NERVIOSIDAD MODERNA. Sigmund Freud - 1908 -


En los resultados de la lucha por la abstinencia se revela también la conducta voluntariosa y rebelde del instinto sexual. La educación cultural no tendería quizá sino a su coerción temporal hasta el matrimonio, con la intención de dejarlo luego libre para servirse de él. Pero contra el instinto tienen más éxito las medidas extremas que las contemporizaciones. La coerción va con frecuencia demasiado lejos, dando lugar a que al llegar al momento de conceder libertad al instinto sexual, presente éste ya daños duraderos, resultado al que no se tendía ciertamente. De aquí que la completa abstinencia durante la juventud no sea para la mejor preparación al matrimonio. Así lo sospechan las mujeres, y prefieren entre sus pretendientes aquellos que han demostrado ya con otras mujeres su masculinidad. Los perjuicios de la severa abstinencia exigida a las mujeres antes del matrimonio son especialmente evidentes. La educación no debe considerar nada fácil la labor de coartar la sensualidad de la joven hasta su matrimonio, pues recurre para ello a los medios más poderosos. No sólo prohibe el comercio sexual y ofrece elevadas primas a la conservación de la inocencia, sino que trata de evitar a las adolescentes toda tentación, manteniéndolas en la ignorancia del papel que les está reservado y no tolerándoles impulso amoroso alguno que no pueda conducir al matrimonio. El resultado es que las muchachas, cuando de pronto se ven autorizadas a enamorarse por las autoridades familiares, no llegan a poder realizar la función psíquica correspondiente y van al matrimonio sin la seguridad de sus propios sentimientos. A consecuencia de la demora artificial de la función erótica sólo desilusiones procuran al hombre que ha ahorrado para ellas todos sus deseos. Sus sentimientos anímicos permanecen aún ligados a sus padres, cuya autoridad creó en ellas la coerción sexual, y su conducta corporal adolece de frigidez, con lo cual queda el hombre privado de todo placer sexual intenso. Ignoro si el tipo de mujer anestésica existe fuera de nuestras civilizaciones, aunque lo creo muy probable; pero lo cierto es que nuestra educación cultural se esfuerza precisamente en cultivarlo, y estas mujeres que conciben sin placer no se muestran muy dispuestas a parir frecuentemente con dolor.

Resulta así que la preparación al matrimonio no consigue sino hacer fracasar los fines del mismo. Más tarde, cuando la mujer vence ya la demora artificialmente impuesta a su desarrollo sexual, llega a la cima de su existencia femenina y siente despertar en ella la plena capacidad de amar, se encuentra con que las relaciones conyugales se han enfriado hace ya tiempo, y, como premio a su docilidad anterior, le queda la elección entre el deseo insatisfecho, la infidelidad o la neurosis. La conducta sexual de una persona constituye el «prototipo» de todas sus demás reacciones. A aquellos hombres que conquistan enérgicamente su objeto sexual les suponemos análoga energía en la persecución de otros fines. En cambio, aquellos que por atender a toda clase de consideraciones renuncian a la satisfacción de sus poderosos instintos sexuales serán, en los demás casos, más conciliadores y resignados que activos. En las mujeres puede comprobarse fácilmente un caso especial de este principio de la condición prototípica de la vida sexual con respecto al ejercicio de las demás funciones. La educación les prohíbe toda elaboración intelectual de los problemas sexuales, los cuales les inspiran siempre máxima curiosidad, y las atemoriza con la afirmación de qué tal curiosidad es poco femenina y denota una disposición viciosa. Esta intimidación coarta su actividad intelectual y rebasa en su ánimo el valor de todo conocimiento, pues la prohibición de pensar se extiende más allá de la esfera sexual, en parte a consecuencia de relaciones inevitables y en parte automáticamente, proceso análogo al que provocan los dogmas en el pensamiento del hombre religioso o las ideas dinásticas en el de los monárquicos incondicionales. No creo que la antítesis biológica entre trabajo intelectual y actividad sexual explique la «debilidad mental fisiológica» de la mujer, como pretende Moebius en su discutida obra. En cambio opino que la indudable inferioridad intelectual de tantas mujeres ha de atribuirse a la coerción mental necesaria para la coerción sexual.

sábado, 29 de agosto de 2009

LA MORAL SEXUAL "CULTURAL" Y LA NERVIOSIDAD MODERNA. Sigmund Freud - 1908 - (XI)

LA MORAL SEXUAL "CULTURAL" Y LA NERVIOSIDAD MODERNA. Sigmund Freud - 1908 -

Aún reconociendo estos prejuicios de la moral sexual cultural, se puede todavía responder a nuestra tercera interrogación alegando que las conquistas culturales consiguientes a tan severa restricción sexual compensan e incluso superan tales prejuicios individuales, qué, en definitiva, sólo llegan a alcanzar cierta gravedad en una limitada minoría. Por mí parte, me declaro incapaz de establecer aquí un balance de pérdidas y ganancias. Sólo podría aportar aún numerosos datos para la valoración de las pérdidas. Volviendo al tema, antes iniciado, de la abstinencia, he de afirmar que la misma trae aún consigo otros perjuicios diferentes de las neurosis, las cuales integran, además, mucho mayor importancia de la que en general se les concede. La demora del desarrollo y de la actividad sexuales, a la que aspiran nuestra educación y nuestra cultura, no trae consigo, en un principio, peligro alguno e incluso constituye una necesidad si tenemos en cuenta cuán tarde comienzan los jóvenes de nuestras clases ilustradas a valérselas por sí mismos y a ganar su vida, circunstancia en que se nos muestra además la íntima relación de todas nuestras instituciones culturales y la dificultad de modificar alguno de sus elementos sin atender a los restantes.

Pero, pasados los veinte años, la abstinencia no está ya exenta de peligros para el hombre, y cuando no conduce a la nerviosidad trae consigo otros distintos daños. Suele decirse que la lucha con el poderoso instinto sexual y la necesaria acentuación en ella de todos los poderes éticos y estéticos de la vida anímica «aceran» el carácter. Esto es exacto para algunas naturalezas favorablemente organizadas. Asimismo, ha de concederse que la diferenciación de los caracteres individuales, tan acentuada hoy día, ha sido hecha posible por la restricción sexual. Pero en la inmensa mayoría de los casos la lucha contra la sexualidad agota las energías disponibles del carácter, y ello en una época en la que el joven precisa de todas sus fuerzas para conquistar su participación y su puesto en la sociedad. La relación entre la sublimación posible y la actividad sexual necesaria oscila, naturalmente, mucho según el individuo e incluso según la profesión. Un artista abstinente es algo apenas posible. Por el contrario, no son nada raros los casos de abstinencia entre los jóvenes consagrados a una disciplina científica. Estos últimos pueden extraer de la abstinencia nuevas energías para el estudio. En cambio, el artista hallará en la actividad sexual un excitante de función creadora. En general, tengo la impresión de que la abstinencia no contribuye a formar hombres de acción, enérgicos e independientes, ni pensadores originales o valerosos reformadores, sino más bien honradas medianías que se sumergen luego en la gran masa, acostumbrada a seguir con cierta resistencia los impulsos iniciados por individuos enérgicos.


(Continúa)

viernes, 28 de agosto de 2009

SUEÑO DE LA MUERTE DE PERSONAS QUERIDAS VII



No puedo abandonar el tema de los sueños típicos de la muerte de parientes queridos sin aclarar aún más, con algunas indicaciones, su importancia para la teoría de los sueños. Se da en ellos el caso, nada común, de que la idea onírica formada por el deseo reprimido escapa a toda censura y aparece inmodificada en el contenido manifiesto. Este hecho tiene que ser facilitado por circunstancias especiales. Hay, en efecto, dos factores que lo favorecen: en primer lugar, no existe deseo alguno del que nos creamos más lejanos. Opinamos que «ni siquiera en sueños podría ocurrírsenos» desear cosa semejante, y de este modo resulta que la censura no se halla preparada a tal monstruosidad, análogamente a como las leyes de Solón no sabían encontrar un castigo proporcionado al delito del parricidio. Pero, además, el deseo reprimido e insospechado recibe con gran frecuencia en estos casos el apoyo de un resto diurno relativo a las preocupaciones que durante la vigilia hemos abrigado con respecto a la vida de personas que nos son queridas. Esta preocupación no puede llegar a incluirse en un sueño sirviéndose del deseo de igual sentido, el cual puede, a su vez, disfrazarse bajo la apariencia de la preocupación que nos ha embargado durante el día.

Aquellos que opinan que el proceso es mucho más sencillo y que no hacemos sino continuar, durante la noche y en sueños, lo que nos ha preocupado durante el día, habrán de dejar los sueños de muerte de personas queridas fuera de toda relación con el esclarecimiento del fenómeno onírico y conservar sin resolver, superfluamente, un enigma fácil de desentrañar. Resulta también muy instructivo perseguir la relación de estos sueños con los de angustia. En los de la muerte de personas queridas ha hallado el deseo reprimido un camino por el que poder eludir la censura y la deformación por ella impuesta. Siempre que esto se verifica en un sueño experimentamos durante el mismo, como fenómeno concomitante, sensaciones dolorosas. Correlativamente, sólo se produce el sueño de angustia cuando la censura es vencida total o parcialmente y, por otro lado, la preexistencia de angustia como sensación actual emanada de fuentes somáticas facilita el vencimiento de la censura. De este modo vemos ya claramente la tendencia en favor de la cual labora la censura imponiendo la deformación, tendencia que no es sino la de impedir el desarrollo de angustia o de otra forma cualquiera de afecto penoso.

En páginas que anteceden traté del egoísmo del alma infantil, y quiero reanudar aquí el examen de este tema para demostrar que los sueños han conservado también este carácter. Todos, sin excepción, son egoístas y en todos aparece el amado yo, aunque oculto bajo el disfraz. Los deseos que en ellos quedan realizados son siempre deseos de dicho yo, y cuando el sueño nos parece obedecer a un interés por otra persona, ello no es sino una engañosa apariencia. Someteré aquí al análisis algunos sueños que parecen contradecir esta afirmación.


I. Un niño de menos de cuatro años relata el siguiente sueño: «Ha visto una gran fuente que contenía un gran pedazo de carne asada. De repente se lo comía alguien, de una sola vez y sin cortar. Pero él no veía quién era la persona que se lo había comido» . ¿Quién podrá ser el individuo con cuyo copioso almuerzo sueña el niño? Los sucesos del día del sueño nos proporcionarán, sin duda, el esclarecimiento deseado. El sujeto se halla hace algunos días, por prescripción facultativa, a dieta láctea. Pero la tarde anterior había sido malo y le fue impuesto el castigo de acostarse sin siquiera tomar la leche. Ya en otra ocasión había sido sometido a una análoga cura de ayuno, resistiéndola muy valientemente, sin intentar siquiera que le levantasen el castigo confesando su hambre. La educación comienza ya a actuar sobre él, revelándose en el principio de deformación que su sueño presenta. No cabe duda que la persona que en su sueño almuerza tan a satisfacción, y precisamente carne asada, es él mismo. Pero como sabe que le está prohibido, no se atreve a hacer lo que los niños hambrientos hacen en sueños (cf. el sueño de mi hija Ana); esto es, darse un espléndido banquete, y el invitado permanece anónimo.


II. Sueño ver en el escaparate de una librería un tomo nuevo de una colección cuyas publicaciones suelo adquirir siempre (monografías artísticas o históricas). Este tomo inicia una nueva serie titulada: «Oradores (o discursos) famosos» y ostenta en la portada el nombre del doctor Lecher. El análisis me demuestra desde el primer momento lo inverosímil de que pueda ocuparme, efectivamente, en sueños, la personalidad del doctor Lecher, famoso por la resistencia que demostró hablando hora tras hora en el Parlamento alemán, durante una campaña obstruccionista. La verdad es que hace algunos días se ha aumentado el número de pacientes que tengo sometidos al tratamiento psíquico y me veo obligado a hablar durante nueve o diez horas diarias. Soy yo, por tanto, el resistente orador.


III. En otra ocasión sueño que un profesor de nuestra Universidad, conocido mío, me dice: Mi hijo, el miope. A estas palabras se enlaza un diálogo compuesto de breves frases. Pero luego sigue un tercer fragmento onírico, en el que aparezco yo con mis hijos. En el contenido latente, el profesor M. y su hijo no son sino maniquíes que encubren mi propia persona y la de mi hijo mayor. Sobre este sueño habremos de volver más adelante, con motivo de otra de sus peculiaridades.


IV. El siguiente sueño nos da un ejemplo de sentimientos ruines y egoístas, ocultos bajo la apariencia de una tierna solicitud. «Mi amigo Otto tiene mala cara. Su tez ha tomado un tinte oscuro, y los ojos parecen querer salírsele de las órbitas.» Otto es nuestro médico de cabecera. No tengo la menor esperanza de saldar jamás mi deuda de gratitud para con él, pues vela hace ya muchos años por la salud de mis hijos, los ha asistido siempre con éxito y aprovecha además cualquier ocasión que se presenta para colmarlos de regalos. La tarde anterior al sueño que nos ocupa había venido a visitarnos, observando mi mujer que parecía hallarse fatigado y deprimido. Aquella misma noche le atribuye mi sueño dos de los síntomas característicos de la enfermedad de Basedow. Aquellos que se niegan a aceptar mis reglas de interpretación no verán en este sueño sino una continuación de los cuidados que el mal aspecto de mi amigo me había inspirado en la vigilia. Pero una tal interpretación contradiría los principios de que el sueño es una realización de deseos y accesible tan sólo a sentimientos egoístas. Además, habríamos de invitar a sus partidarios a explicarnos por qué la enfermedad que temo aqueje a mi amigo es precisamente el bocio exolftálmico, diagnóstico para el que no ofrece su aspecto real el más pequeño punto de apoyo.

En cambio, mi análisis me proporciona el material siguiente, derivado de un suceso acaecido seis años antes. Varios amigos, entre ellos el profesor R., atravesábamos en carruaje el bosque de N., distante algunas horas de nuestra residencia veraniega. Era ya noche cerrada, y el cochero, que había abusado de la bebida, nos hizo volcar en una pendiente, sin grave daño para nuestras personas, pero obligándonos a pernoctar en una vecina hostería, donde la noticia del accidente nos atrajo el interés de los demás viajeros. Un caballero, que mostraba algunos de los signos característicos del morbus Basedowi -tez oscura y ojos saltones, como Otto en mi sueño-, se puso por completo a nuestra disposición, preguntándonos en qué podía sernos útil. El profesor R., con su acostumbrada sequedad, le respondió: «Por mí, lo único que puede usted hacer es prestarme una camisa de dormir.» Pero la generosidad del amable auxiliador no debía de llegar a tanto, pues alegando que no le era posible acceder a la petición del profesor, se alejó de nuestro lado.

En la continuación del análisis se me ocurre (aunque sin grandes seguridades sobre la exactitud de tal conocimiento) que Basedow no es sólo el nombre de un médico, sino también el de un famoso pedagogo. Mi amigo Otto es la persona a quien he rogado que, en caso de sucederme alguna desgracia, vele por la educación física de mis hijos, especialmente durante la pubertad (de aquí la camisa de dormir). Atribuyéndole luego, en el sueño, los síntomas patológicos de nuestro generoso auxiliador, es como si quisiera decir: «Si me sucede algo, le tendrán tan sin cuidado mis hijos como nosotros en aquella ocasión al barón de L., no obstante sus amables ofrecimientos.» Pero el nódulo egoísta de este sueño tenía que quedar encubierto de alguna manera . Mas ¿dónde se halla aquí la realización de deseos? Desde luego no en la venganza contra mi amigo Otto, cuyo destino es, por lo visto, que yo le maltrate en mis sueños, sino en la siguiente relación: representando a Otto en mi sueño por la persona del barón de L., he identificado mi propia persona con la de otro; esto es, con la del profesor R., pues demando algo de Otto, como el profesor del barón, en aquella circunstancia. El profesor R. ha seguido, como yo, independientemente su camino, y sólo después de largos años ha alcanzado un título que merecía desde mucho antes. Así, pues, deseo nuevamente, en este sueño, el título de profesor. Incluso este «después de largos años» es una realización de deseos, pues indica que vivo lo suficiente para guiar a mis hijos a través de los escollos de la pubertad.
La interpretación de los sueños. S. Freud.

jueves, 27 de agosto de 2009

SUEÑO DE LA MUERTE DE PERSONAS QUERIDAS VI


Sobre base idéntica a la de Edipo rey se halla construida otra de las grandes creaciones trágicas: el Hamlet shakesperiano. Pero la distinta forma de tratar una misma materia nos muestra la diferencia espiritual de ambos períodos de civilización, tan distantes uno de otro, y el progreso que a través de los siglos va efectuando la represión en la vida espiritual de la Humanidad. En Edipo rey queda exteriorizada y realizada, como en el sueño, la infantil fantasía optativa, base de la tragedia. Por lo contrario, en Hamlet permanece dicha fantasía reprimida, y sólo por los efectos coactivos que de ella emanan nos enteramos de su existencia, situación análoga a la de la neurosis. La creación shakespeariana nos demuestra, de este modo, la singular posibilidad de obtener un arrollador efecto trágico, dejando en plena oscuridad el carácter del protagonista. Vemos, desde luego, que la obra se halla basada en la vacilación de Hamlet en cumplir la venganza que le ha sido encomendada, pero el texto no nos revela los motivos o razones de tal indecisión, y las más diversas tentativas de interpretación no han conseguido aún indicárnoslas. Según la opinión hoy dominante, iniciada por Goethe, representa Hamlet aquel tipo de hombre cuya viva fuerza de acción queda paralizada por el exuberante desarrollo de la actividad intelectual. Según otros, ha intentado describir el poeta un carácter enfermizo, indeciso y marcado con el sello de la neurastenia. Pero la trama de la obra demuestra que Hamlet no debe ser considerado, en modo alguno, como una persona incapaz de toda acción.

Dos veces le vemos obrar decididamente: una de ellas, con apasionado arrebato, cuando da la muerte al espía oculto detrás del tapiz, y otra conforme a un plan reflexivo y hasta lleno de astucia, cuando con toda la indiferencia de los príncipes del Renacimiento envía a la muerte a los dos cortesanos que tenían la misión de conducirle a ella. Qué es, por tanto, lo que paraliza en la ejecución de la empresa que el espectro de su padre le ha encomendado. Precisamente el especial carácter de dicha misión. Hamlet puede llevarlo todo a cabo, salvo la venganza contra el hombre que ha usurpado, en el trono y en el lecho conyugal, el puesto de su padre, o sea contra aquel que le muestra la realización de sus deseos infantiles. El odio que había de impulsarle a la venganza queda sustituido en él por reproches contra sí mismo y escrúpulos de conciencia que le muestran incurso en los mismos delitos que está llamado a castigar en el rey Claudio. De estas consideraciones, con las que no hemos hecho sino traducir a lo consciente lo que en el alma del protagonista tiene que permanecer inconsciente, deduciremos que lo que en Hamlet hemos de ver es un histérico, deducción que queda confirmada por su repulsión sexual, exteriorizada en su diálogo con Ofelia. Esta repulsión sexual es la misma que a partir del Hamlet va apoderándose, cada vez más por entero, del alma del poeta, hasta culminar en Timón de Atenas. La vida anímica de Hamlet no es otra que la del propio Shakespeare. De la obra de Jorge Brandès sobre este autor (1896) tomo el dato de que Hamlet fue escrito a raíz de la muerte del padre del poeta (1601); esto es, en medio del dolor que tal pérdida había de causar al hijo y, por tanto, de la reviviscencia de los sentimientos infantiles del mismo con respecto a su padre. Conocido es también que el hijo de Shakespeare, muerto en edad temprana, llevaba el nombre de Hamlet (idéntico al de Hamlet). Así como Hamlet trata de la relación del hijo con sus padres, Macbeth, escrito poco después, desarrolla el tema de la esterilidad. Del mismo modo que el sueño y en general todo síntoma neurótico es susceptible de una superinterpretación e incluso precisa de ella para su completa inteligencia, así también toda verdadera creación poética debe de haber surgido de más de un motivo y un impulso en el alma del poeta y permitir, por tanto, más de una interpretación.

Lo que aquí hemos intentado es, únicamente, la interpretación del más profundo estrato de sentimientos del alma del poeta creador .


Continúa.

viernes, 21 de agosto de 2009

SUEÑO DE LA MUERTE DE PERSONAS QUERIDAS V



Si tales observaciones de la vida infantil se adaptan sin esfuerzo a la interpretación propuesta, no nos proporcionan, sin embargo, la total convicción que los psicoanálisis de adultos neuróticos imponen al médico. La comunicación de los sueños de este género es acompañada por ellos de tales preliminares y comentarios, que su interpretación como sueños optativos se hace ineludible. Una señora llega a mi consulta toda conturbada y llorosa. «No quiero ver más a mi familia -me dice-. Tengo que causarles horror.» A seguidas y casi sin transición me relata un sueño cuyo significado desconoce. Lo soñó teniendo cuatro años y su contenido es el siguiente: «Ve andar a un lince o una zorra por encima de un tejado. Después cae algo o se cae ella del tejado abajo. Luego sacan de casa a su madre muerta y rompe ella a llorar amargamente.» Apenas expliqué a la sujeto que su sueño tenía que significar el deseo infantil de ver morir a su madre y que el recuerdo del mismo es lo que la inspira ahora la idea de que tiene que causar horror a su familia, me suministró espontáneamente material bastante para un total esclarecimiento. Siendo niña, un golfillo que había encontrado en la calle se había burlado de ella aplicándole algunas calificaciones zoológicas, entre las que se hallaba la de «lince», y, posteriormente, teniendo ya tres años, había sido herida su madre por una teja que le cayó sobre la cabeza, originándole intensa hemorragia.

Durante algún tiempo he tenido ocasión de estudiar con todo detalle a una niña que pasó por diversos estados psíquicos. En la demencia frenética con que comenzó su enfermedad mostró una especial repulsión hacia su madre, insultándola y golpeándola en cuanto intentaba acercarse a su lecho. En cambio, se mostraba muy cariñosa y dócil para con su hermana, bastante mayor que ella. A este período de excitación surgió otro más despejado, aunque algo apático y con grandes perturbaciones del reposo, fase en la que comencé a someterla a tratamiento y a analizar sus sueños. Gran cantidad de los mismos trataba, más o menos encubiertamente, de la muerte de la madre. Así, asistía la sujeto al entierro de una anciana o se reía sentada en la mesa con su hermana, ambas vestidas de luto. El sentido de estos sueños no ofrecía la menor duda. Conseguida luego una más firme mejoría, aparecieron diversas fobias, entre las cuales la que más le atormentaba era la de que a su madre le había sucedido algo, viéndose incoerciblemente impulsada a retornar a su casa, cualquiera que fuese el lugar en que estuviese, para convencerse de que aún se hallaba con vida. Este caso, confrontado con mi experiencia anterior en la materia, me fue altamente instructivo, mostrándome, como traducción de un tema a varios idiomas, diversas reacciones del aparato psíquico a la misma representación estimuladora.

En la demencia inicial, dependiente, a mi juicio, del vencimiento de la segunda instancia psíquica por la primera, hasta entonces reprimida, adquirió poder motor la hostilidad inconsciente contra la madre. Luego, al comienzo de la fase pacífica, reprimida la rebelión y restablecida la censura, no quedó accesible a dicha hostilidad para la realización del deseo de muerte en que se concretaba, dominio distinto del de los sueños, y, por último, robustecida la normalidad, creo, como reacción contraria histérica y fenómeno de defensa, la excesiva preocupación con respecto a la madre. Relacionándolo con este proceso, no nos resulta ya inexplicable el hecho de que las muchachas histéricas manifiesten con tanta frecuencia un tan exagerado cariño a sus madres. En otra ocasión me fue dado penetrar profundamente en la vida anímica inconsciente de un joven al que la neurosis obsesiva hacía casi imposible la vida, pues la preocupación de que mataba a todos los que con él se cruzaban le impedía salir a la calle. Encerrado así en su casa, pasaba el día ordenando los medios con que le sería posible probar la coartada en caso de ser acusado de algún asesinato cometido en la ciudad. Excuso decir que se trataba de un hombre de elevado sentido moral y gran cultura. El análisis -mediante el cual conseguí una completa curación- reveló, como fundamento de esta penosa representación obsesiva, el impulso de matar a su padre -persona de extremada severidad-, sentido conscientemente con horror por nuestro sujeto a la edad de siete años; pero que, naturalmente, procedía de épocas mucho más tempranas de su infancia. Después de la dolorosa enfermedad que llevó a su padre al sepulcro, teniendo ya el sujeto treinta y un años, surgió en él el reproche obsesivo que adoptó la forma de la fobia antes indicada. De una persona capaz de precipitar a su padre a un abismo, desde la cima de una montaña, ha de esperarse que no estimará en mucho la vida de aquellos a los que ningún lazo le une. Así, pues, lo mejor que puede hacer es permanecer encerrado en su cuarto.

Según mi experiencia, ya muy repetida sobre estas cuestiones, desempeñan los padres el papel principal en la vida anímica infantil de todos aquellos individuos que más tarde enferman de psiconeurosis, y el enamoramiento del niño por su madre y el odio hacia el padre -o viceversa, en las niñas- forman la firme base del material de sentimientos psíquicos constituido en dicha época y tan importante para la sintomática de la neurosis ulterior. Sin embargo, no creo que los psiconeuróticos se diferencien en esto grandemente de los demás humanos que han permanecido dentro de la normalidad, pues no presentan nada que les sea exclusivo y peculiar. Lo más probable sea que sus sentimientos amorosos y hostiles con respecto a sus padres no hagan sino presentarnos amplificado aquello que con menor intensidad y evidencia sucede en el alma de la mayoría de los niños, hipótesis que hemos tenido ocasión de comprobar repetidas veces en la observación de niños normales. En apoyo de este descubrimiento nos proporciona la antigüedad una leyenda cuya general impresión sobre el ánimo de los hombres sólo por una análoga generalidad de la hipótesis aquí discutida nos parece comprensible.

Aludimos con esto a la leyenda del rey Edipo y al drama de Sófocles en ella basado. Edipo, hijo de Layo, rey de Tebas, y de Yocasta, fue abandonado al nacer sobre el monte Citerón, pues un oráculo había predicho a su padre que el hijo que Yocasta llevaba en su seno sería un asesino. Recogido por unos pastores, fue llevado Edipo al rey de Corinto, que lo educó como un príncipe. Deseoso de conocer su verdadero origen, consultó un oráculo, que le aconsejó no volviese nunca a su patria, porque estaba destinado a dar muerte a su padre y a casarse con su madre. No creyendo tener más patria que Corinto, se alejó de aquella ciudad, pero en su camino encontró al rey Layo y lo mató en una disputa. Llegado a las inmediaciones de Tebas adivinó el enigma de la Esfinge que cerraba el camino hasta la ciudad, y los tebanos, en agradecimiento, le coronaron rey, concediéndole la mano de Yocasta. Durante largo tiempo reinó digna y pacíficamente, engendrando con su madre y esposa dos hijos y dos hijas, hasta que asolada Tebas por la peste, decidieron los tebanos consultar al oráculo en demanda del remedio. En este momento comienza la tragedia de Sófocles. Los mensajeros traen la respuesta en que el oráculo declara que la peste cesará en el momento en que sea expulsado del territorio nacional el matador de Layo. Mas ¿dónde hallarlo?

Pero él ¿dónde esta él?

¿Dónde hallar
la oscura huella de la antigua culpa?

La acción de la tragedia se halla constituida exclusivamente por el descubrimiento paulatino y retardado con supremo arte -proceso comparable al de un psicoanálisis- de que Edipo es el asesino de Layo y al mismo tiempo su hijo y el de Yocasta. Horrorizado ante los crímenes que sin saberlo ha cometido, Edipo se arranca los ojos y huye de su patria. La predicción del oráculo se ha cumplido.

Edipo rey es una tragedia en la que el factor principal es el Destino. Su efecto trágico reposa en la oposición entre la poderosa voluntad de los dioses y la vana resistencia del hombre amenazado por la desgracia. Las enseñanzas que el espectador, hondamente conmovido, ha de extraer de la obra con la resignación ante los dictados de la divinidad y el reconocimiento de la propia impotencia. Fiados en la impresión que jamás deja de producir la tragedia griega, han intentado otros poetas de la época moderna lograr un análogo efecto dramático, entretejiendo igual oposición en una fábula distinta. Pero los espectadores han presenciado indiferentes cómo, a pesar de todos los esfuerzos de un protagonista inocente, se cumplían en él una maldición o un oráculo. Todas las tragedias posteriores, basadas en la fatalidad, han carecido de efecto sobre el público.
En cambio, el Edipo rey continúa conmoviendo al hombre moderno tan profunda e intensamente como a los griegos contemporáneos de Sófocles, hecho singular cuya única explicación es quizá la de que el efecto trágico de la obra griega no reside en la oposición misma entre el destino y la voluntad humana, sino en el peculiar carácter de la fábula en que tal oposición queda objetivizada. Hay, sin duda, una voz interior que nos impulsa a reconocer el poder coactivo del destino en Edipo, mientras que otras tragedias construidas sobre la misma base nos parecen inaceptablemente arbitrarias. Y es que la leyenda del rey tebano entraña algo que hiere en todo hombre una íntima esencia natural. Si el destino de Edipo nos conmueve es porque habría podido ser el nuestro y porque el oráculo ha suspendido igual maldición sobre nuestras cabezas antes que naciéramos. Quizá nos estaba reservado a todos dirigir hacia nuestra madre nuestro primer impulso sexual y hacia nuestro padre el primer sentimiento de odio y el primer deseo destructor. Nuestros sueños testimonian de ello. El rey Edipo, que ha matado a su padre y tomado a su madre en matrimonio, no es sino la realización de nuestros deseos infantiles. Pero, más dichosos que él, nos ha sido posible, en épocas posteriores a la infancia, y en tanto en cuanto no hemos contraído una psiconeurosis, desviar de nuestra madre nuestros impulsos sexuales y olvidar los celos que el padre nos inspiró. Ante aquellas personas que han llegado a una realización de tales deseos infantiles, retrocedemos horrorizados con toda la energía del elevado montante de represión que sobre los mismos se ha acumulado en nosotros desde nuestra infancia.

Mientras que el poeta extrae a la luz, en el proceso de investigación que constituye el desarrollo de su obra, la culpa de Edipo, nos obliga a una introspección en la que descubrimos que aquellos impulsos infantiles existen todavía en nosotros, aunque reprimidos. Y las palabras con que el coro pone fin a la obra: «...miradle; es Edipo; el que resolvió los intrincados enigmas y ejerció el más alto poder; aquel cuya felicidad ensalzaban y envidiaban todos los ciudadanos. ¡Vedle sumirse en las crueles olas del destino fatal!», estas palabras hieren nuestro orgullo de adultos, que nos hace creernos lejos ya de nuestra niñez y muy avanzados por los caminos de la sabiduría y del dominio espiritual. Como Edipo, vivimos en la ignorancia de aquellos deseos inmorales que la Naturaleza nos ha impuesto, y al descubrirlos quisiéramos apartar la vista de las escenas de nuestra infancia . En el texto mismo de la tragedia de Sófocles hallamos una inequívoca indicación de que la leyenda de Edipo procede de un antiquísimo tema onírico, en cuyo contenido se refleja esta dolorosa perturbación, a que nos venimos refiriendo, de las relaciones filiales por los primeros impulsos de la sexualidad. Para consolar a Edipo, ignorante aún de la verdad, pero preocupado por el recuerdo de la predicción del oráculo, le observa Yocasta que el sueño del incesto es soñado por muchos hombres y carece, a su juicio, de toda significación: «Son muchos los hombres que se han visto en sueños cohabitando con su madre. Pero aquel que no ve en ellos sino vanas fantasías soporta sin pesadumbre la carga de la vida».

Este sueño es soñado aún, como entonces, por muchos hombres, que al despertar lo relatan llenos de asombro e indignación. En él habremos, pues, de ver la clave de la tragedia y el complemento al de la muerte del padre. La fábula de Edipo es la reacción de la fantasía a estos dos sueños típicos, y así como ellos despiertan en el adulto sentimiento de repulsa, tiene la leyenda que acoger en su contenido el horror al delito y el castigo del delincuente, que éste se impone por su propia mano. La ulterior conformación de dicho contenido procede nuevamente de una equivocada elaboración secundaria, que intenta ponerlo al servicio de un propósito teologizante (cf. el tema onírico de la exhibición, expuesto en páginas anteriores). Pero la tentativa de armonizar la omnipotencia divina con la responsabilidad humana tiene que fracasar aquí, como en cualquier otro material que quiera llevarse a cabo.


Continúa.

jueves, 20 de agosto de 2009

SUEÑO DE LA MUERTE DE PERSONAS QUERIDAS IV




Antes de rechazar esta idea, tachándola de monstruosa, deberán examinarse atentamente las relaciones afectivas entre padres e hijas, comprobando la indudable diferencia existente entre lo que la evolución civilizadora exige que sean tales relaciones y lo que la observación cotidiana nos demuestra que en realidad son. Aparte de entrañar más de un motivo de hostilidad, constituye terreno abonado para la formación de deseos rechazables por la censura. Examinaremos, en primer lugar, las relaciones entre padre e hijo. A mi juicio, el carácter sagrado que hemos reconocido a los preceptos del Decálogo vela nuestra facultad de percepción de la realidad, y de este modo no nos atrevemos casi a darnos cuenta de que la mayor parte de la Humanidad infringe el cuarto mandamiento.

Tanto en las capas más altas de la sociedad humana, como en las más bajas, suele posponerse el amor filial a otros intereses. Los oscuros datos que en la mitología y la leyenda podemos hallar sobre la época primitiva de la sociedad humana nos dan una idea poco agradable de la plenitud de poder del padre de la tiranía con que el mismo hacía uso de ella. Cronos devora a sus hijos y Júpiter castra a su padre y le arrebata el trono. Cuanto más ilimitado era el poder del padre en la antigua familia, tanto más había de considerar a su hijo y sucesor como un enemigo, y mayor había de ser la impaciencia del hijo por alcanzar el poder de la muerte de su progenitor. Todavía en nuestra familia burguesa suele el padre contribuir al desarrollo de los gérmenes de hostilidad que las relaciones paterno-filiales entrañan, negando al hijo el derecho de escoger su camino en la vida o los medios necesarios para emprenderlo. El médico tiene frecuentísimas ocasiones de comprobar cómo el dolor causado por la muerte del padre no basta para reprimir la satisfacción de la libertad por fin alcanzada. Sin embargo, los restos de la potestas patris familias, muy anticuada ya en nuestra sociedad, son celosamente guardados todavía por todos los padres, y el poeta que coloca en primer término de su fábula la antiquísima lucha entre padre e hijo puede estar seguro de su efecto sobre el público. Las ocasiones de conflicto entre madre e hija surgen cuando esta última, hecha ya mujer, encuentra en aquélla un obstáculo a su deseada libertad sexual y le recuerda, a su vez, que para ella ha llegado ya el tiempo de renunciar a toda satisfacción de dicho género.

Todas estas circunstancias se presentan a nuestros ojos con perfecta evidencia. Pero como no bastan para explicarnos el hecho de que estos sueños sean también soñados por personas sobre cuyo amor filial en la actualidad no cabe discusión habremos de suponer que el deseo de la muerte de los padres se deriva también de la más temprana infancia. Esta hipótesis queda confirmada por el análisis y sin lugar a duda alguna, con respecto a los psiconeuróticos. Al someter a estos enfermos a la labor analítica descubrimos que los deseos sexuales infantiles -hasta el punto de que hallándose en estado de germen merecen este nombre- despiertan muy tempranamente y que la primera inclinación de la niña tiene como objeto al padre, y la del niño, a la madre. De este modo, el inmediato ascendiente del sexo igual al del hijo se convierte para éste en importuno rival, y ya hemos visto, al examinar las relaciones paternas, cuán poco se necesita para que este sentimiento conduzca al deseo de muerte. La atracción sexual actúa también, generalmente, sobre los mismos padres, haciendo que por un rasgo natural prefiera y proteja la madre a los varones, mientras que el padre dedica mayor ternura a las hijas, conduciéndose en cambio ambos con igual severidad en la educación de sus descendientes cuando el mágico poder del sexo no perturba su juicio. Los niños se dan perfecta cuenta de tales preferencias y se rebelan contra aquel de sus inmediatos ascendientes que los trata con mayor rigor. Para ellos, el amor de los adultos no es sólo la satisfacción de una especial necesidad, sino también una garantía de que su voluntad será respetada en otros órdenes diferentes. De este modo siguen su propio instinto sexual y renuevan al mismo tiempo con ello el estímulo que parte de los padres cuando su elección coincide con la de ellos.

La mayor parte de los signos en que se exteriorizan estas inclinaciones infantiles suele pasar inadvertida. Algunos de tales indicios pueden observarse aún en los niños después de los primeros años de su vida. Una niña de ocho años, hija de un amigo mío, aprovechó una ocasión en que su madre se ausentó de la mesa para proclamarse su sucesora, diciendo a su padre: «Ahora soy yo la mamá. ¿No quieres más verdura, Carlos? Anda, toma un poco más.» con especial claridad se nos muestra este fragmento de la psicología infantil en las siguientes manifestaciones de una niña de menos de cuatro años, muy viva e inteligente: «Mamá puede irse ya. Papá se casará conmigo. Yo quiero ser su mujer.» En la vida infantil no excluye este deseo un tierno y verdadero cariño de la niña por su madre. Cuando el niño es acogido durante la ausencia del padre en el lecho matrimonial y duerme al lado de su madre hasta que al regreso de su progenitor vuelve a su alcoba, al lado de otra persona que le gusta menos, surge en él fácilmente el deseo de que el padre se halle siempre ausente para poder conservar sin interrupción su puesto junto a su querida mamá bonita, y el medio de conseguir tal deseo es, naturalmente, que el padre muera, pues sabe por experiencia que los «muertos», esto es, personas, como, por ejemplo, el abuelo, se hallan siempre ausentes y no vuelven jamás.


Continúa.

miércoles, 19 de agosto de 2009

SUEÑO DE LA MUERTE DE PERSONAS QUERIDAS III

En ninguna de mis enfermas he dejado de hallar sueños de este género, correspendientes a una intensa hostilidad contra sus hermanos. Un único caso, que pareció presentarse al principio como excepción, demostró a poco no ser sino confirmación de la regla. Habiendo interrogado a una paciente sobre estos extremos, recibí, para mi asombro, la respuesta de que jamás había tenido tal sueño. Pero momentos después recordó uno que aparentemente carecía de relación con los que nos ocupan y que había soñado por primera vez a los cuatro años, siendo la menor de las hermanas, y luego repetidas veces. «Una multitud de niños, entre los que se hallaban todos sus hermanos, hermanas, primos y primas, juegan en una pradera. De repente les nacen alas, echan a volar y desaparecen.» La paciente no tenía la menor sospecha de la significación de este sueño, mas para nosotros no resulta nada difícil reconocer en él un sueño de muerte de todos los hermanos en la forma original escasamente influida por la censura. Así, creo poder construir el análisis siguiente: la sujeto vivía con sus hermanos y sus primos, con ocasión de la muerte de uno de ellos, acaecida cuando aún no había cumplido ella cuatro años, debió de preguntar a alguno de sus familiares qué era de los niños cuando morían. La respuesta debió de ser que les nacían alas y se convertían en ángeles, aclaración que el sueño aprovecha, transformando en ángeles a todos los hermanos, y lo que es más importante, haciéndolos desaparecer. Imaginemos lo que para la pequeña significaría ser la única superviviente de toda la familia caterva infantil. La imagen de los niños jugando en una pradera antes de desaparecer volando se refiere, sin duda, al revolotear de las mariposas, como si la niña hubiese seguido la misma concatenación de ideas que llevó a los antiguos a atribuir a Psiquis alas de mariposa.

Quizá opongan aquí algunos de mis lectores la objeción de que aun aceptando los impulsos hostiles de los niños contra sus hermanos, no es posible que el espíritu infantil alcance el grado de maldad que supone desear la muerte a sus competidores, como si no hubiera más que esta máxima pena para todo delito. Pero los que así piensan no reflexionan que el concepto de «estar muerto» no tiene para el niño igual significación que para nosotros. El niño ignora por completo el horror de la putrefacción, el frío del sepulcro y el terror de la nada eterna, representaciones todas que resultan intolerables para el adulto, como nos lo demuestran todos los mitos «del más allá». Desconoce el miedo a la muerte, y de este modo juega con la terrible palabra amenazando a sus compañeros. «Si haces eso otra vez te morirás, como se murió Paquito», amenaza que la madre escucha con horror, sabiendo que más de la mitad de los nacidos no pasan de los años infantiles. De un niño de ocho años sabemos que al volver de una visita al Museo de Historia Natural dijo a su madre: «Te quiero tanto, que cuando mueras mandaré que te disequen y te tendré en mi cuarto para poder verte siempre.» ¡Tan distinta es de la nuestra la infantil representación de la muerte!.

«Haber muerto» significa para el niño, al que se evita el espectáculo de los sufrimientos, de la agonía, tanto como «haberse ido» y no estorbar ya a los supervivientes, sin que establezca diferencia alguna entre las causas -viaje o muerte- a que la ausencia pueda obedecer. Cuando en los años prehistóricos de un niño es despedida su niñera y muere a poco su madre, quedan ambos sucesos superpuestos para su recuerdo dentro de una misma serie, circunstancia que el análisis nos descubre en gran número de casos. La poca intensidad con que los niños echan de menos a los ausentes ha sido comprobada, a sus expensas, con muchas madres, que al regresar de un viaje de algunas semanas oyen que sus hijos no han preguntado ni una sola vez por ellas. Y cuando el viaje es a «aquella tierra ignota de la que jamás retorna ningún viajero» los niños parecen, al principio, haber olvidado a su madre, y sólo posteriormente comienzan a recordarla. Así, pues, cuando el niño tiene motivos para desear la ausencia de otro carece de toda retención que pudiese apartarla de dar a dicho deseo la forma de la muerte de su competidor, y la reacción psíquica al sueño de deseo de muerte prueba que, no obstante las diferencias de contenido, en el niño es tal deseo idéntico al que en igual sentido puede abrigar el adulto. Pero si este infantil deseo de la muerte de los hermanos queda explicado por el egoísmo del niño, que no ve en ellos sino competidores, ¿cómo explicar igual optación con respecto a los padres, que significan para él una inagotable fuente de amor y cuya conservación debiera desear, aun por motivos egoístas, siendo como son los que cuidan de satisfacer sus necesidades?

La solución de esta dificultad nos es proporcionada por la experiencia de que los sueños de este género se refieren casi siempre, en el hombre, al padre, y en la mujer, a la madre; esto es, al inmediato ascendiente de sexo igual al del sujeto. No constituye esto una regla absoluta, pero sí predomina suficientemente para impulsarnos a buscar su explicación en un factor de alcance universal. En términos generales, diríamos, pues, que sucede como si desde edad muy temprana surgiese una preferencia sexual; esto es, como si el niño viviese en el padre y la niña en la madre, rivales de su amor, cuya desaparición no pudiese serles sino ventajosa.
Continúa.

martes, 18 de agosto de 2009

SUEÑO DE LA MUERTE DE PERSONAS QUERIDAS II


Observamos, en primer lugar, la relación de los niños con sus hermanos. No sé por qué suponemos a priori que ha de ser cariñosísima, no obstante los muchos ejemplos con que constantemente tropezamos de enemistad entre hermanos adultos, enemistad de la que por lo general averiguamos que comenzó en épocas infantiles. Pero también muchos adultos que en la actualidad muestran gran cariño hacia sus hermanos y los auxilian y protegen con todo desinterés vivieron con ellos durante su infancia en interrumpida hostilidad. El hermano mayor maltrataba al menor, le acusaba ante sus padres y le quitaba sus juguetes; el menor, por su parte, se consumía de impotente furor contra el mayor le envidiaba o temía y sus primeros sentimientos de libertad y de conciencia de sus derechos fueron para rebelarse contra el opresor. Los padres dicen que los niños no congenian, pero no saben hallar razón alguna que lo justifique. No es difícil comprobar que el carácter del niño -aun el más bueno- es muy distinto del que nos parece deseable en el adulto.

El niño es absolutamente egoísta, siente con máxima intensidad sus necesidades y tiende a satisfacerlas sin consideración a nadie y menos aún a los demás niños, sus competidores, entre los cuales se hallan en primera línea sus hermanos. Mas no por ello calificamos al niño de «criminal», sino simplemente de «malo», pues nos damos cuenta de que es tan irresponsable ante nuestro propio juicio como lo sería ante los tribunales de justicia. Al pensar así nos atenemos a un principio de completa equidad, pues debemos esperar que en épocas que incluimos aún en la infancia despertarán en el pequeño egoísta la moral y los sentimientos del altruísmo, o sea, para decirlo con palabras de Meynert, que un yo secundario vendrá a superponerse al primario, coartándolo.

Claro es que la moralidad no surge simultáneamente en toda línea y que la duración del período amoral infantil es individualmente distinta. Las investigaciones psicoanalíticas me han demostrado que una aparición demasiado temprana (antes del tercer año) de la formación de reacciones morales debe ser contada entre los factores constitutivos de la predisposición a una ulterior neurosis. Allí donde tropezamos con una ausencia de dicho desarrollo moral solemos hablar de «degeneración» y nos hallamos indudablemente ante una detención o retraso del proceso evolutivo. Pero también en aquellos casos en los que el carácter primario queda dominado por la evolución posterior puede dicho carácter recobrar su libertad, al menos parcialmente, por medio de la histeria. La coincidencia del llamado «carácter histérico» con el de un niño «malo» es harto singular. En cambio, la neurosis obsesiva corresponde a la emergencia de una supermoralidad que a título de refuerzo y sobrecarga gravitaba sobre el carácter primario, el cual no renuncia jamás a imponerse. Así, pues, muchas personas que en la actualidad aman a sus hermanos y experimentarían un profundo dolor ante su muerte, llevan en su inconsciente deseos hostiles a ellos procedentes de épocas anteriores, y estos deseos pueden hallar en sueños su realización. Resulta especialmente interesante observar la conducta de los niños pequeños -de tres años o aún menores- con ocasión del nacimiento de un hermanito. El primogénito, que ha monopolizado hasta este momento todo el cariño y los cuidados de sus familiares, pone mala cara al oír que la cigüeña ha traído otro niño, y luego, al serle mostrado el intruso, lo examina con aire disgustado y exclama decididamente: «¡Yo quiero que la cigüeña vuelva a llevárselo!».

A mi juicio, se da el niño perfecta cuenta de todos los inconvenientes que la presencia del hermanito le ha de traer consigo. De una señora a la que me unen lazos de parentesco y que en la actualidad se lleva a maravilla con su hermana, cuatro años más joven que ella, sé que al recibir la noticia de la llegada de otra niña exclamó, previniéndose: «Pero ¿no tendré que darle mi gorrita encarnada?» Si por azar se cumple cualquiera de estas prevenciones que en el ánimo de los niños despierta el nacimiento de un hermanito, ella constituirá el punto de partida de una duradera hostilidad. Conozco el caso de una niña de menos de tres años que intentó ahogar en su cuna a un hermanito recién nacido, de cuya existencia no esperaba, por lo visto, nada bueno. Queda así demostrado por esta y otras muchas observaciones coincidentes, que los niños de esta edad pueden experimentar ya, y muy intensamente, la pasión de los celos. Y cuando el hermanito muere y recae de nuevo sobre el primogénito toda la ternura de sus familiares, ¿no es lógico que si la cigüeña vuelve a traer otro competidor surja en el niño el deseo de que sufra igual destino para recobrar él la tranquila felicidad de que gozó antes del nacimiento y después de la muerte del primero?. Naturalmente, esta conducta del niño con respecto a sus hermanos menores no es en circunstancias normales sino una simple función de la diferencia de edad. Al cabo de un cierto espacio de tiempo despiertan ya en la niña los instintos maternales con respecto al inocente recién nacido.

De todos modos, los sentimientos de hostilidad contra los hermanos tienen que ser durante la infancia mucho más frecuentes de lo que la poco penetrante observación de los adultos llega a comprobar. En mis propios hijos, que se sucedieron rápidamente, he desperdiciado la ocasión de tales observaciones, falta que ahora intento reparar atendiendo con todo interés a la tierna vida de un sobrinito mío, cuya dichosa soledad se vio perturbada al cabo de quince meses por la aparición de una competidora. Sus familiares me dicen que el pequeño se porta muy caballerosamente con su hermanita, besándole la mano y acariciándola; pero he podido comprobar que antes de cumplir los dos años ha comenzado a utilizar su naciente facultad de expresión verbal para criticar a aquel nuevo ser, que le parece absolutamente superfluo. Siempre que se habla de la hermanita ante él interviene en la conversación, exclamando malhumorado: «¡Es muy pequeña!» Luego, cuando el espléndido desarrollo de la chiquilla desmiente ya tal crítica, ha sabido hallar el primogénito otro fundamento en que basar su juicio de que la hermanita no merece tanta atención como se le dedica, y aprovecha toda ocasión para hacer notar que «no tiene dientes». De otra sobrinita mía recordamos todos que teniendo seis años, abrumó durante media hora a sus tías con la pregunta «¿Verdad que Lucía no puede entender aún estas cosas?» Lucía era una hermanita suya, dos años y medio menor que ella.

Continúa.

lunes, 17 de agosto de 2009

SUEÑO DE LA MUERTE DE PERSONAS QUERIDAS -I-


Otros sueños que también hemos de considerar como típicos son aquellos cuyo contenido entraña la muerte de parientes queridos: padres, hermanos, hijos, etc. Ante todo observamos que estos sueños se dividen en dos clases: aquellos durante los que no experimentamos dolor alguno, admirándonos al despertar nuestra insensibilidad, y poseídos por una profunda aflicción hasta el punto de derramar durmiendo amargas lágrimas. Los primeros no pueden ser considerados como típicos y, por tanto, no nos interesan de momento. Al analizarlos hallamos que significan algo muy distinto de lo que constituye su contenido y que su función es la de encubrir cualquier deseo diferente. Recordemos el de aquella joven que vio ante sí muerto y colocado en el ataúd a su sobrino, el único hijo que quedaba a su hermana de dos que había tenido. El análisis nos demostró que este sueño no significaba el deseo de la muerte del niño, sino que encubría el de volver a ver después de larga ausencia a una persona amada a la que en análoga situación, esto es, cuando la muerte de su otro sobrino, había podido contemplar de cerca la sujeto, también después de una prolongada separación. Este deseo, que constituye el verdadero contenido del sueño, no trae consigo motivo ninguno de duelo, razón por la cual no experimenta la sujeto durante él sentimiento alguno doloroso. Observamos aquí que la sensación concomitante al sueño no corresponde al contenido manifiesto, sino al latente, y que el contenido afectivo ha permanecido libre de la deformación de que ha sido objeto el contenido de representaciones.

Muy distintos de éstos son los sueños en que aparece representada la muerte de un pariente querido y sentimos dolorosos afectos. Su sentido es, en efecto el que aparece manifiesto en su contenido, o sea el deseo de que muera la persona a que se refieren. Dado que los sentimientos de todos aquellos de mis lectores que hayan tenido alguno de estos sueños habrán de rebelarse contra esta afirmación mía, procuraré desarrollar su demostración con toda amplitud.

Uno de los análisis expuestos en páginas anteriores, nos reveló que los deseos que el sueño nos muestra realizados no son siempre deseos actuales. Pueden ser también deseos pasados, agotados, olvidados y reprimidos, a los que sólo por su resurgimiento en el sueño hemos de atribuir una especie de supervivencia. Tales deseos no han muerto, según nuestro concepto de la muerte, sino que son semejantes a aquellas sombras de la Odisea, que en cuanto bebían sangre despertaban a una cierta vida. En el sueño de la niña muerta y metida en una caja (pág. 441) se trata de un deseo que había sido actual quince años antes y que la sujeto confesaba ya francamente haber abrigado por entonces. No será quizá superfluo para la mejor inteligencia de nuestra teoría de los sueños el hacer constar aquí incidentalmente que incluso este mismo deseo se basa en un recuerdo de la más temprana infancia. La sujeto oyó, siendo niña, aunque no le es posible precisar el año que, hallándose su madre embarazada de ella, deseó a causa de serios disgustos que el ser que llevaba en su seno muriera antes de nacer. Llegada a la edad adulta y embarazada a su vez, siguió la sujeto el ejemplo de su madre.

Cuando alguien sueña sintiendo profundo dolor en la muerte de su padre, su madre o de alguno de sus hermanos, no habremos de utilizar ciertamente este sueño como demostración de que el sujeto desea en la actualidad que dicha persona muera. La teoría del sueño no exige tanto. Se contenta con deducir que lo ha deseado alguna vez en su infancia. Temo, sin embargo, que esta limitación no logre devolver la tranquilidad a aquellos que han tenido sueños de este género y que negarán la posibilidad de haber abrigado alguna vez tales deseos con la misma energía que ponen en afirmar su seguridad de no abrigarlos tampoco actualmente. En consecuencia, habré de reconstituir aquí, conforme a los testimonios que el presente ofrece a nuestra observación, una parte de la perdida vida anímica infantil.

Continúa.