viernes, 10 de diciembre de 2010

AUTOBIOGRAFÍA. SIGMUND FREUD (1924-1925)

EL CONCEPTO LO INCONSCIENTE
En cambio, el psicoanálisis se vio obligado, por el estudio de las represiones patógenas y de otros fenómenos que más adelante mencionaremos, a conceder una extraordinaria importancia al concepto de lo inconsciente. Para el psicoanálisis todo es, en un principio, inconsciente, y la cualidad de la conciencia puede agregarse después o faltar en absoluto. Estas afirmaciones tropezaron con la oposición de los filósofos, para los que lo consciente y lo psíquico son una sola cosa, resultándoles inconcebible la existencia de lo psíquico inconsciente. El psicoanálisis tuvo, pues, que surgir adelante sin atender a esta idiosincrasia de los filósofos, basándose en observaciones realizadas en material patológico absolutamente ignoradas por sus contradictores y en las referentes a la frecuencia y poderío de impulsos de los que nada sabe el propio sujeto, el cual se ve obligado a deducirlos como otro hecho cualquiera del mundo exterior. Podía alegarse, además, que lo que hacía no era sino aplicar a la propia vida anímica la forma en que nos representamos la de otras personas. A éstas les adscribimos actos psíquicos de los cuales no poseemos una conciencia inmediata, teniéndolo que deducir de las manifestaciones del individuo de que se trata. Ahora bien: aquello que creemos acertado cuando se trata de otras personas, tiene que serlo también con respecto a la propia.
Continuando el desarrollo de este argumento y deduciendo de él que los propios actos ocultos pertenecen a una segunda conciencia, llegaremos a la concepción de una conciencia de la que nada sabemos, o sea, de una conciencia inconsciente, resultando aún más difícilmente admisible que la hipótesis de la existencia de lo psíquico inconsciente. Si, en cambio, decimos con otros filósofos que reconocemos los fenómenos patológicos, pero que los actos en los que dichos fenómenos se basan no pueden ser calificados de psíquicos, sino de psicoides, no haremos sino iniciar una discusión verbal totalmente infructuosa, cuya mejor solución será siempre, además, el mantenimiento de la expresión «psiquismo inconsciente». Surge entonces el problema de qué es lo que puede ser este psiquismo inconsciente, problema que no ofrece ventaja ninguna con respecto al anteriormente planteado sobre la naturaleza de lo consciente.
Más difícil sería exponer sintéticamente cómo el psicoanálisis ha llegado a articular el psiquismo inconsciente, cuya existencia reconoce, descomponiéndolo en un psiquismo preconsciente y un psiquismo propiamente inconsciente. Creemos bastará hacer constar que parece legítimo completar aquellas teorías que constituyen la expresión directa de la experiencia empírica con hipótesis adecuadas al dominio de la materia relativa a circunstancias que no pueden ser objeto de la observación inmediata. No de otro modo suele procederse en disciplinas científicas más antiguas que la nuestra.
La articulación de lo inconsciente se halla enlazada con la tentativa de representarnos el aparato anímico compuesto por una serie de instancias o sistemas, de cuya relación entre sí hablamos desde un punto de vista espacial, independiente en absoluto de la anatomía real del cerebro. Es éste el punto de vista que calificamos de tópico. Estas y otras ideas análogas pertenecen a una superestructura especulativa del psicoanálisis, cada uno de cuyos fragmentos puede ser sacrificado o cambiado por otro, sin perjuicio ni sentimiento alguno, en cuanto resulte insuficiente.
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jueves, 9 de diciembre de 2010

AUTOBIOGRAFÍA. SIGMUND FREUD (1924-1925)

EL MÉTODO PSICOANALÍTICO


La teoría de la represión constituyó la base principal de la comprensión de las neurosis e impuso una modificación de la labor terapéutica. Su fin no era ya hacer volver a los caminos normales los afectos extraviados por una falsa ruta, sino descubrir las represiones y suprimirlas mediante un juicio que aceptase o condenase definitivamente lo excluido por la represión. En acatamiento a este nuevo estado de cosas, di al método de investigación y curación resultante el nombre de psicoanálisis en sustitución del de catarsis. Podemos partir de la represión como punto central y enlazar con ella todas las partes de la teoría psicoanalítica.
Pero antes quiero consignar una observación de carácter polémico. Según Janet, era la histérica una pobre criatura que a consecuencia de una debilidad constitucional no podía mantener en coherencia sus actos anímicos, sucumbiendo así a la disociación psíquica y a la disminución de la conciencia. Pero, conforme a los resultados de las investigaciones psicoanalíticas, eran estos fenómenos el resultado de factores dinámicos del conflicto psíquico y de la represión realizada. A mi juicio, es esta diferencia lo suficientemente amplia para poner fin a la infundada afirmación, tantas veces repetida, de que lo único importante del psicoanálisis es lo que éste ha tomado de las teorías de Janet. La exposición que hasta aquí vengo realizando ha de haber mostrado claramente al lector que el psicoanálisis es totalmente independiente, desde el punto de vista histórico, de los descubrimientos de Janet, siendo, además, su contenido muy distinto y mucho más amplio. De los trabajos de Janet no hubieran podido deducirse jamás las consecuencias que han dado al psicoanálisis una tan amplia importancia en los dominios de la ciencia, atrayéndola el interés general. En todos mis trabajos he hablado de Janet con el mayor respeto, pues sus descubrimientos coincidieron en mucha parte con los de Breuer, realizados con anterioridad, aunque publicados después. Pero cuando el psicoanálisis comenzó a discutirse también en Francia, Janet se condujo con poca corrección, mostrando muy escaso conocimiento de la materia y utilizando argumentos ilegítimos. Por último, ha disminuido todo el valor de su obra, declarando que cuando hablaba de actos psíquicos «inconscientes», ello no constituía sino de «façon de parler».
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miércoles, 8 de diciembre de 2010

AUTOBIOGRAFÍA. SIGMUND FREUD (1924-1925)

LA TEORÍA DE LA REPRESIÓN

Pero el hipnotismo había prestado al tratamiento catártico extraordinarios servicios, ampliando el campo de la conciencia del sujeto y proporcionándole un conocimiento del que carecía en estado de vigilia. No parecía, pues nada fácil hallar con qué sustituirlo. En esta perplejidad, recordé un experimento del que había sido testigo durante mi visita a Bernheim. Cuando el sujeto despertaba del sonambulismo, parecía haber perdido todo recuerdo de lo sucedido durante dicho estado. Pero Bernheim afirmaba que sabía perfectamente cuándo había pasado, y cuando le invitaba a recordarlo, insistiendo en que nada de ello ignoraba, debiendo decirlo, y colocaba la mano sobre la frente del sujeto, acababan por surgir los recuerdos olvidados, vacilantemente primero y luego con absoluta fluidez y claridad. Decidí, pues, emplear este mismo procedimiento. Mis pacientes tenían también que «saber» lo que antes les hacía accesible la hipnosis, y mi insistencia en este sentido había de tener el poder de llevar a la conciencia los hechos y conexiones olvidados. Este procedimiento habría de ser más trabajoso que el hipnótico, pero también más instructivo. Abandoné, pues, el hipnotismo y sólo conservé de él la colocación del paciente en decúbito supino sobre un lecho de reposo, situándome yo detrás de él de manera a verle sin ser visto.
Mis esperanzas se cumplieron por completo. Abandoné el hipnotismo, pero el cambio de táctica trajo consigo un cambio de aspecto de la labor catártica. El hipnotismo había encubierto un juego de fuerzas que se evidenciaba ahora y cuyo descubrimiento proporcionaba a la teoría una fase firmísima. ¿Cuál podría ser la causa de que los enfermos hubiesen olvidado tantos hechos de su vida interior y exterior y pudiesen, sin embargo, recordarlos cuando se les aplicaba la técnica antes descrita? La observación daba a esta pregunta respuesta más que suficiente. Todo lo olvidado había sido penoso por un motivo cualquiera para el sujeto, siendo considerado por las aspiraciones de su personalidad como temible, doloroso o avergonzado. Había, pues, que pensar que debía precisamente a tales caracteres el haber caído en el olvido, esto es el no haber permanecido consciente. Para hacerlo consciente de nuevo era preciso dominar en el enfermo algo que se rebelaba contra ello, imponiéndose así al médico un esfuerzo. Este esfuerzo variaba mucho según los casos, creciendo en razón directa de la gravedad de lo olvidado, y constituía la medida de la resistencia del enfermo. De este modo surgió la teoría de la represión.
Fácilmente podía reconstituirse ya el proceso patógeno. Describiremos, como ejemplo, un caso sencillo: Cuando en la vida anímica se introduce una tendencia a la que se oponen otras muy poderosas, el desarrollo normal del conflicto anímico así surgido consistiría en que las dos magnitudes dinámicas -a las que para nuestros fines presentes llamaremos instinto y resistencia- lucharían durante algún tiempo ante la intensa expectación de la conciencia hasta que el instinto quedase rechazado y sustraída a su tendencia la carga de energía. Este sería el desenlace normal. Pero en la neurosis, y por motivos aún desconocidos, habría hallado el conflicto un distinto desenlace. El yo se habría retirado, por decirlo así, ante el impulso instintivo repulsivo, cerrándose el acceso a la conciencia y a la descarga motora directa, con lo cual habría conservado dicho impulso toda su carga de energía.
A este proceso, que constituía una absoluta novedad, pues jamás se había descubierto en la vida anímica nada análogo, le di el nombre de represión. Era, indudablemente, un mecanismo primario de defensa comparable a una tentativa de fuga y precursor de la posterior solución normal por enjuiciamiento y condena del impulso repulsivo. A este primer acto de represión se enlazaban diversas consecuencias. En primer lugar, tenía el yo que protegerse por medio de un esfuerzo permanente, o sea, de una contracarga, contra la presión, siempre amenazadora, del impulso reprimido, sufriendo así un empobrecimiento. Pero, además, lo reprimido, devenido inconsciente, podía alcanzar una descarga y una satisfacción sustitutiva por caminos indirectos, haciendo, por tanto, fracasar el propósito de la represión. En la histeria de conversión llevaba dicho camino indirecto a la inervación somática, y el impulso reprimido surgía en un lugar cualquiera y creaba los síntomas que eran, por tanto, resultados de una transacción, constituyendo, desde luego, satisfacciones sustitutivas, pero deformadas y desviadas de sus fines por la resistencia del yo.
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martes, 7 de diciembre de 2010

AUTOBIOGRAFÍA. SIGMUND FREUD (1924-1925)

PAPEL ETIOLÓGICO DE LA SEXUALIDAD EN LAS NEUROSIS.

Cuando en los años siguientes a la publicación de los Estudios llegué a estos resultados referentes al papel etiológico de la sexualidad en las neurosis, los expuse en varias conferencias, tropezando con la general incredulidad y oposición. Breuer intentó una vez más apoyarme con todo el peso de su autoridad personal; pero nada consiguió, tanto más cuanto que no era difícil adivinar que la aceptación de la etiología sexual era también contraria a sus inclinaciones. Hubiera podido desorientarme y dar armas a la crítica alegando el caso de su primera paciente, en la que no parecía haber intervenido para nada el factor sexual. Pero jamás utilizó tal argumento, circunstancia que no llegué a comprender hasta que algún tiempo después pude interpretar acertadamente dicho caso y reconstruir el punto de partida de su tratamiento basándome en las observaciones que sobre él me había comunicado Breuer. Terminada la labor de «amor de transferencia», y no acertando Breuer a relacionar dicho estado en la enfermedad, hubo de cortar, lleno de confusión, su trato con la sujeto, resultándole desde aquel momento muy penoso todo lo que le recordaba este incidente, al que consideraba como una infortunada casualidad. Su conducta para conmigo osciló repentinamente entre el reconocimiento de mis afirmaciones y su más acerba crítica. Luego surgieron, como siempre en estas situaciones, circunstancias fortuitas que acabaron provocando nuestra separación.
Mi estudio de las formas de la nerviosidad general me llevó asimismo a modificar la técnica catártica. Abandoné la hipnosis e intenté sustituirla por otro método, buscando superar la limitación del tratamiento a los estados histeriformes. Además, había comprobado dos graves insuficiencias del empleo del hipnotismo, incluso en su aplicación a la catarsis. En primer lugar, los resultados terapéuticos obtenidos desaparecían ante la menor perturbación de la relación personal entre médico y enfermo. Volvían ciertamente a aparecer una vez conseguida la reconciliación; pero se demostraba así que la relación personal afectiva -factor imposible de dominar- era más poderosa que la labor catártica. Además, llegó un día en el que me fue dado comprobar algo que sospechaba ya desde mucho tiempo atrás. Una de mis pacientes más dóciles, con la cual había obtenido por medio del hipnotismo los más favorables resultados, me sorprendió, un día que había logrado libertarla de un doloroso acceso refiriéndolo a su causa inicial, echándome los brazos al cuello al despertar del sueño hipnótico. Una criada que llamó a la puerta en aquellos momentos nos evitó una penosa explicación; pero desde tal día renunciamos, por un acuerdo tácito, a la continuación del tratamiento hipnótico. Suficientemente modesto para no atribuir aquel incidente a mis atractivos personales, supuse haber descubierto con él la naturaleza del elemento místico que actuaba detrás del hipnotismo. Para suprimirlo o, por lo menos, aislarlo tenía que abandonar el procedimiento hipnótico.

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lunes, 6 de diciembre de 2010

AUTOBIOGRAFÍA. SIGMUND FREUD (1924-1925)

NEUROSIS ACTUALES Y PSICONEUROSIS
De este modo llegué a considerar las neurosis, en general, como perturbaciones de la función sexual, siendo las llamadas neurosis actuales una expresión tóxica directa de dichas perturbaciones, y las psiconeurosis, una expresión psíquica de las mismas.
Mi conciencia médica quedó satisfecha con este resultado, pues esperaba haber llenado una laguna de la Medicina, la cual no admitía, con relación a una función tan importante biológicamente como ésta, otras perturbaciones que las causadas por una infección o por una grosera lesión anatómica. Aparte de esto, mi teoría se hallaba de acuerdo con la opinión médica de que la sexualidad no es simplemente algo psíquico, sino que tiene también su faceta somática, debiéndose atribuirle un quimismo especial y derivar la excitación sexual de la presencia de determinadas materias aún desconocidas. El hecho de que las neurosis espontáneas, propiamente dichas, no mostrasen tanta analogía con ningún grupo de enfermedades como con los fenómenos de intoxicación y abstinencia provocados por la introducción o sustracción de ciertas materias tóxicas o con la enfermedad de Basedow, cuya dependencia del producto de la glándula tiroides es generalmente conocida, tenía también que poseer algún fundamento.
Posteriormente no he tenido ocasión de volver sobre las investigaciones de las neurosis actuales. No ha habido tampoco nadie que haya continuado esta parte de mi labor. Volviendo hoy la vista a los resultados entonces obtenidos, reconozco en ello una primera y burda esquematización de un estado de cosas probablemente mucho más complicado; pero continúo considerándolos exactos. Me hubiera complacido someter al análisis psicoanalítico en épocas posteriores del desarrollo de nuestra disciplina otros casos de neurastenia pura, juvenil; pero, como ya indiqué antes, no he tenido ocasión para ello. Para evitar equivocadas interpretaciones haré constar que estoy muy lejos de negar la existencia del conflicto psíquico y de los complejos neuróticos en la neurastenia. Me limito a afirmar que los síntomas de estos enfermos no se hallan determinados psíquicamente ni son susceptibles de supresión por medio del análisis, debiendo ser considerados como consecuencias tóxicas directas de la perturbación del quimismo sexual.
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