miércoles, 8 de diciembre de 2010

AUTOBIOGRAFÍA. SIGMUND FREUD (1924-1925)

LA TEORÍA DE LA REPRESIÓN

Pero el hipnotismo había prestado al tratamiento catártico extraordinarios servicios, ampliando el campo de la conciencia del sujeto y proporcionándole un conocimiento del que carecía en estado de vigilia. No parecía, pues nada fácil hallar con qué sustituirlo. En esta perplejidad, recordé un experimento del que había sido testigo durante mi visita a Bernheim. Cuando el sujeto despertaba del sonambulismo, parecía haber perdido todo recuerdo de lo sucedido durante dicho estado. Pero Bernheim afirmaba que sabía perfectamente cuándo había pasado, y cuando le invitaba a recordarlo, insistiendo en que nada de ello ignoraba, debiendo decirlo, y colocaba la mano sobre la frente del sujeto, acababan por surgir los recuerdos olvidados, vacilantemente primero y luego con absoluta fluidez y claridad. Decidí, pues, emplear este mismo procedimiento. Mis pacientes tenían también que «saber» lo que antes les hacía accesible la hipnosis, y mi insistencia en este sentido había de tener el poder de llevar a la conciencia los hechos y conexiones olvidados. Este procedimiento habría de ser más trabajoso que el hipnótico, pero también más instructivo. Abandoné, pues, el hipnotismo y sólo conservé de él la colocación del paciente en decúbito supino sobre un lecho de reposo, situándome yo detrás de él de manera a verle sin ser visto.
Mis esperanzas se cumplieron por completo. Abandoné el hipnotismo, pero el cambio de táctica trajo consigo un cambio de aspecto de la labor catártica. El hipnotismo había encubierto un juego de fuerzas que se evidenciaba ahora y cuyo descubrimiento proporcionaba a la teoría una fase firmísima. ¿Cuál podría ser la causa de que los enfermos hubiesen olvidado tantos hechos de su vida interior y exterior y pudiesen, sin embargo, recordarlos cuando se les aplicaba la técnica antes descrita? La observación daba a esta pregunta respuesta más que suficiente. Todo lo olvidado había sido penoso por un motivo cualquiera para el sujeto, siendo considerado por las aspiraciones de su personalidad como temible, doloroso o avergonzado. Había, pues, que pensar que debía precisamente a tales caracteres el haber caído en el olvido, esto es el no haber permanecido consciente. Para hacerlo consciente de nuevo era preciso dominar en el enfermo algo que se rebelaba contra ello, imponiéndose así al médico un esfuerzo. Este esfuerzo variaba mucho según los casos, creciendo en razón directa de la gravedad de lo olvidado, y constituía la medida de la resistencia del enfermo. De este modo surgió la teoría de la represión.
Fácilmente podía reconstituirse ya el proceso patógeno. Describiremos, como ejemplo, un caso sencillo: Cuando en la vida anímica se introduce una tendencia a la que se oponen otras muy poderosas, el desarrollo normal del conflicto anímico así surgido consistiría en que las dos magnitudes dinámicas -a las que para nuestros fines presentes llamaremos instinto y resistencia- lucharían durante algún tiempo ante la intensa expectación de la conciencia hasta que el instinto quedase rechazado y sustraída a su tendencia la carga de energía. Este sería el desenlace normal. Pero en la neurosis, y por motivos aún desconocidos, habría hallado el conflicto un distinto desenlace. El yo se habría retirado, por decirlo así, ante el impulso instintivo repulsivo, cerrándose el acceso a la conciencia y a la descarga motora directa, con lo cual habría conservado dicho impulso toda su carga de energía.
A este proceso, que constituía una absoluta novedad, pues jamás se había descubierto en la vida anímica nada análogo, le di el nombre de represión. Era, indudablemente, un mecanismo primario de defensa comparable a una tentativa de fuga y precursor de la posterior solución normal por enjuiciamiento y condena del impulso repulsivo. A este primer acto de represión se enlazaban diversas consecuencias. En primer lugar, tenía el yo que protegerse por medio de un esfuerzo permanente, o sea, de una contracarga, contra la presión, siempre amenazadora, del impulso reprimido, sufriendo así un empobrecimiento. Pero, además, lo reprimido, devenido inconsciente, podía alcanzar una descarga y una satisfacción sustitutiva por caminos indirectos, haciendo, por tanto, fracasar el propósito de la represión. En la histeria de conversión llevaba dicho camino indirecto a la inervación somática, y el impulso reprimido surgía en un lugar cualquiera y creaba los síntomas que eran, por tanto, resultados de una transacción, constituyendo, desde luego, satisfacciones sustitutivas, pero deformadas y desviadas de sus fines por la resistencia del yo.
Continúa…

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