lunes, 7 de mayo de 2012

LOS CUIDADORES DE ENFERMOS

EL FAMILIAR “ENFERMERO”


Atender a un enfermo requiere una preparación cualificada y, cuando se precisa la presencia de un familiar en el tratamiento de ciertas enfermedades invalidantes, recae en el “acompañante-auxiliar” una función que puede dañar la singular relación de parentesco. Es un hecho que la asistencia prolongada (meses o años) en cualquier afección cuyo desenlace no conlleva mejoría alguna, puede socavar el particular vínculo entre el asistido y el asistente.

Y más allá de la complejidad de cada caso y la política sanitaria que asesora a los familiares poniendo los medios posibles a su alcance, además de todo el apoyo de amigos, sabemos que la implicación de algunos familiares en el cuidado personal del enfermo, repercute sobre el estado anímico del “enfermero”.

La persona cuyo pensamiento se haya absorbido, durante largos periodos de tiempo, por los mil y un cuidado que impone ésta tarea terapéutica, se habitúa en primer lugar a “reprimir” todas las manifestaciones de su propia emoción, y además aparta la atención de todas sus impresiones personales, alegando falta de tiempo y energía para lo más cotidiano.

De este modo “almacena el enfermero” una multitud de impresiones susceptibles de afecto, apenas percibido por su razón, pero sí por el corazón inconsciente y sistema de defensa del cuidador. Se crea así un caldo de cultivo (emociones censuradas, sentimientos parentizados y conversaciones reprimidas) que sin la elaboración adecuada por vía psíquica, pueden alcanzar una resolución somática o rebosamiento psíquico, afectándose en ambas circunstancias tanto la salud física como la psíquica del cuidador.

Si el enfermo sana, queda todo este material desvalorizado; pero si muere puede sobrevenir un periodo de tristeza y duelo, durante el cual sólo aquello que se relaciona con el desaparecido posee un valor para el superviviente. Entonces llega la hora de las impresiones retenidas, que esperan una derivación, y después de un intervalo de agotamiento puede surgir en el familiar, que atendió a pie de cama al enfermo, una dolencia o sensación de bienestar injusto.

Bien cierto es que ninguna de estas afecciones presenta, una relación casual ni causal, con la dolencia del ser querido. Pudiéndose afirmar que situaciones similares o en aquellos casos que fueron atendidos por varios familiares turnándose en la función, puede alguno de ellos ser más susceptible que otro, presentando una tolerancia diferente al dolor, la angustia y la culpa como límites del cuerpo y la mente que son.

Ya la medicina antigua procuraba lugares y acompañantes para los enfermos que se han ido perfeccionando, así como los medios empleados en la terapéutica, pero no es hasta principios del siglo XX cuando el psicoanálisis descubre la relación del sujeto con aquello que le sucede. En todo sufrimiento y en cada placer el sujeto está implicado, se dice que el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional.

Otro ejemplo encontramos en el sentimiento de culpa inconsciente (diferente de la culpa consciente o remordimiento) como ambivalencia afectiva de amor y odio en el proceso civilizador de todo Complejo de Edipo.

Culpa inconsciente que se caracteriza por la necesidad de castigo (inconsciente) que pide el implicado para amortiguar los malos pensamientos y deseos de muerte que pueden acompañar a los familiares que atienden a enfermos durante años.

Y no hay acuerdo posible universal sobre lo familiar, no hay concordancia, no existe armonía entre dicho y hecho, no hay media naranja, de ahí la infinidad de dioses que se construyó la humanidad y la imposible relación simétrica de cada amante con lo amado.

Dr. Carlos Fernández

www.carlosfernandezdelganso.com