sábado, 21 de agosto de 2010

ANÁLISIS TERMINABLE E INTERMINABLE -I-


I. La experiencia nos ha enseñado que la terapéutica psicoanalítica - la liberación de alguno de los síntomas neuróticos, inhibiciones y anormalidades del carácter - es un asunto que consume mucho tiempo. Por ello ya desde el principio se han hecho intentos para abreviar la duración del análisis. Tales intentos no requieren justificación y es evidente que se basan en imperativas consideraciones de razón y de conveniencia. Pero probablemente se hallaba latente en ellos un trasunto de la impaciente curiosidad con la que la ciencia médica de los primeros días consideraba a las neurosis, pensando que eran la consecuencia de invisibles heridas. Y si era necesario atenderlas, había que hacerlo lo más rápidamente posible. Un intento especialmente enérgico en esta dirección fue realizado por Otto Rank a partir de su libro El trauma del nacimiento (1924). Este autor suponía que la verdadera fuente de las neurosis es el acto del nacimiento, ya que éste lleva consigo la posibilidad de que una «fijación primaria» del niño hacia la madre no sea superada y persista como una «represión primaria». Rank esperaba que si este trauma primario era tratado en un subsiguiente análisis, la neurosis podría quedar completamente resuelta.

Así, esta pequeña parte del trabajo analítico ahorraría la necesidad del resto. Y esto podía realizarse en pocos meses. Es indiscutible que el argumento de Rank era prometedor e ingenioso, pero no resistió la prueba de un examen crítico. Más bien fue un producto de su tiempo, concebido bajo la presión del contraste entre la miseria de la postguerra en Europa y la prosperity de América, y diseñado para adaptar el tempo de la terapéutica analítica a la prisa de la vida americana. No hemos oído mucho acerca de lo que ha conseguido la innovación de Rank en casos de enfermedad. Probablemente no más que si una brigada de bomberos, llamada para acudir a una casa en llamas a consecuencia de la caída de una lámpara de aceite, se conformase con retirar la lámpara de la habitación en que se inició el fuego. No hay duda de que por este medio se hubiesen abreviado considerablemente las actividades de los bomberos. La teoría y la práctica del experimento de Rank son cosas que pertenecen al pasado, lo mismo que la propia prosperidad americana. Yo había adoptado otro modo de acelerar un tratamiento psicoanalítico ya antes de la guerra. En aquel tiempo había tomado a mi cargo el caso de un joven ruso, un hombre a quien la riqueza había echado a perder y había llegado a Viena en un estado de completo derrumbamiento, acompañado por un médico y un enfermero. En el curso de unos años fue posible devolverle una gran parte de su independencia, despertar su interés por la vida y ajustar sus relaciones con las personas que más le interesaban. Pero entonces la mejoría se detuvo.

No pudimos ir más lejos en el esclarecimiento de su neurosis de la infancia, en la cual se había basado su enfermedad posterior, y resultaba claro que el paciente encontraba muy cómoda su actual posición y no sentía ningún deseo de adelantar un paso más que le acercara al fin de su tratamiento. Era un caso en el que el tratamiento se inhibía a sí mismo; se encontraba al borde del fracaso como resultado de su éxito - parcial -. En esta situación eché mano del procedimiento heroico de fijar un límite de tiempo para el análisis. Al comenzar el trabajo de un año informé al paciente de que ése sería el último de su tratamiento, cualquiera que fuera el resultado en el tiempo acordado. Al principio no me creyó, pero en cuanto se convenció de que hablaba en serio apareció el cambio deseado. Sus resistencias cedieron y en los últimos meses fue capaz de reproducir todos los recuerdos y descubrir todas las relaciones que parecían necesarias para la comprensión de su neurosis precoz y para dominar la actual. Cuando me dejó, en el verano de 1914, sin sospechar, como el resto de nosotros, lo que había de suceder enseguida, creí que su curación era radical y permanente.

En una nota añadida a la historia clínica de este paciente en 1923 ya señalaba yo que me había equivocado. Cuando hacia el final de la guerra volvió a Viena como refugiado y en la miseria, tuve que ayudarle a dominar una parte de la transferencia que no había quedado resuelta. Esto se llevó a cabo en unos pocos meses, y pude completar mi nota adicional diciendo que «desde entonces el paciente se ha sentido normal y se ha comportado sin llamar la atención, a pesar de que la guerra le despojó de su hogar, de sus posesiones y de toda su familia y amigos». Quince años han pasado sin desmentir la verdad de esta aserción, pero resultan necesarias ciertas reservas. El paciente ha permanecido en Viena y ha conservado un lugar, aunque humilde, en la sociedad. Pero durante este período algunas veces su estado de buena salud ha sido interrumpido por episodios patológicos que solamente podían ser comprendidos como emanaciones de su perenne neurosis. Gracias a la habilidad de una de mis alumnas, la doctora Ruth MacBrunswick, un tratamiento breve ha llevado a buen fin cada una de estas alteraciones. Espero que la doctora MacBrunswick informará acerca de los detalles. Alguno de estos episodios se hallaban todavía relacionados con restos de la transferencia, y cuando ocurría esto, aunque eran cortos, mostraban un carácter claramente paranoide. Sin embargo, en otros episodios el material patógeno consistía en fragmentos de la historia de la infancia del paciente que no habían salido a la luz cuando yo le analizaba y que ahora se expulsaban - la comparación es inevitable - como los puntos de sutura después de una operación o pequeños fragmentos de un hueso necrosado. Me parece que la historia de la curación de este paciente es por lo menos tan interesante como la de su enfermedad.

Posteriormente he empleado también en otros casos esta fijación de un límite de tiempo y he tenido asimismo en cuenta la experiencia de otros psicoanalistas. Solamente puede existir un veredicto acerca del valor de este chantaje: es eficaz con tal que se haga en el momento oportuno. Pero no puede garantizar el cumplimiento total de la tarea. Por el contrario, podemos estar seguros de que mientras parte del material se hará accesible bajo la presión de esta amenaza, otra parte quedará guardada y enterrada como antes estaba y perdida para nuestros esfuerzos terapéuticos. Porque una vez que el analista ha fijado el límite de tiempo, no puede prolongarlo; de otro modo, el paciente perdería la fe en él. El camino más claro para el paciente sería continuar su tratamiento con otro analista, aunque sepamos que este cambio llevará consigo una nueva pérdida de tiempo y el abandono de los resultados de un trabajo ya realizado. Tampoco puede establecerse una regla general en cuanto al momento oportuno en que ha de utilizarse este recurso técnico; la decisión ha de dejarse al tacto del psicoanalista. Un error de cálculo no puede ser rectificado, debiendo aplicarse aquí el dicho de que un león sólo salta una vez.

(Continuará)
Sigmund Freud
*Cuadro: Hasta encontrar en este movimiento. - Miguel Oscar Menassa-

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