IV. La otras dos preguntas - si mientras estamos tratando un conflicto instintivo podemos proteger a un paciente de futuros conflictos y si es factible y fácil con fines profilácticos investigar un conflicto que no es manifiesto en el momento - deben ser tratadas juntas, porque, evidentemente la primera tarea sólo puede ser realizada en tanto se lleva a cabo la segunda - es decir, en cuanto un posible conflicto futuro es convertido en un conflicto actual sobre el cual se puede influir -. Este nuevo modo de presentar el problema es, en el fondo, sólo una ampliación del primero. Mientras en el primer ejemplo consideramos cómo proteger contra la reaparición del mismo conflicto, estudiamos ahora cómo proteger contra su posible sustitución por otro conflicto. Este parece un propósito muy ambicioso, pero todo lo que pretendemos es poner de manifiesto qué límites existen para la eficacia de la terapéutica psicoanalítica. Aun cuando nuestra ambición terapéutica se halla tentada a emprender tales tareas, la experiencia rechaza la posibilidad de hacerlo. Si un conflicto instintivo no es actualmente activo, no se manifiesta, no podemos influir sobre él ni aun con el psicoanálisis. El aviso de que deberíamos dejar tranquilos a los perros que duermen, que tantas veces hemos oído en relación con nuestros esfuerzos por explorar el mundo psíquico profundo, es particularmente inadecuado si se aplica a la vida psíquica. Porque si los instintos están produciendo trastornos, ésta es la prueba de que los perros no duermen; y si realmente parecen estar durmiendo, no se halla en nuestras manos el poder despertarlos. Sin embargo, esta última afirmación no parece ser totalmente exacta y precisa una discusión más detallada. Consideremos los medios de que disponemos para transformar un conflicto instintivo que se halla por el momento latente en otro actualmente activo.
Evidentemente, sólo podemos hacer dos cosas. Podemos producir situaciones en las que el conflicto se haga activo o podemos contentarnos con discutirlo en el análisis y señalar la posibilidad de que surja. La primera de estas dos alternativas puede realizarse de dos maneras: en la realidad o en la transferencia - en cualquiera de los dos casos exponiendo al paciente a una cierta cantidad de sufrimiento real por la frustración y el represamiento de la libido -. Es verdad que nosotros ya usamos una técnica de esta clase en nuestro método analítico ordinario. ¿Qué significa, si no, la regla de que el análisis debe realizarse «en un estado de frustración». Pero es una técnica que usamos para tratar un conflicto actualmente activo. Intentamos llevar ese conflicto a una culminación desarrollarlo hasta el máximo para aumentar la fuerza instintiva de que se pueda disponer para su solución. La experiencia psicoanalítica nos ha enseñado que lo mejor es siempre enemigo de lo bueno y que en cada fase de recuperación del paciente hemos de luchar contra su inercia, que en seguida se contenta con una solución incompleta.
Si, sin embargo, lo que pretendemos es un tratamiento profiláctico de los conflictos instintivos que no son actualmente activos, sino meramente potenciales, no será bastante el regular los sufrimientos que ya se hallan presentes en el paciente y que no puede evitar. Deberíamos estar dispuestos a provocar en él nuevos sufrimientos; y esto, hasta ahora y con plena razón, lo hemos dejado en manos del Destino. De todas partes nos reprocharían el intentar sustituir al Destino si sujetáramos a las pobres criaturas humanas a estos crueles experimentos. ¿Y qué clase de experimentos habrían de ser? Con propósitos de profilaxis, ¿podríamos tomar la responsabilidad de destruir un matrimonio satisfactorio o de aconsejar al paciente que abandonara un empleo del que depende su subsistencia? Afortunadamente, nunca nos encontramos en situación de tener que considerar si tales intervenciones en la vida real del paciente están justificadas; no poseemos los plenos poderes que serían necesarios, y el sujeto de nuestro experimento terapéutico rehusaría con seguridad el cooperar en él. Entonces en la práctica tal proceder queda virtualmente excluido; pero, además, existen objeciones teóricas. Porque el trabajo de análisis progresa mejor si las experiencias patógenas del paciente pertenecen al pasado, de modo que su yo pueda hallarse a una cierta distancia de ellas. En los estados de crisis aguda el psicoanálisis no puede utilizarse con ningún propósito.
Todo el interés del yo está absorbido por la penosa realidad y se retira del análisis, que es un intento de penetrar bajo la superficie y descubrir las influencias del pasado. El crear un nuevo conflicto sería solamente hacer más largo y más difícil el trabajo psicoanalítico. Se nos dirá que estas observaciones son completamente innecesarias. Nadie piensa en conjurar de propósito nuevas situaciones de sufrimiento para hacer posible el tratamiento de un conflicto instintivo latente. No podría alardearse mucho de esto como de un logro profiláctico. Sabemos, por ejemplo, que un paciente que ha curado de la escarlatina está inmune para una recaída en la misma enfermedad; pero a ningún médico se le ocurre tomar a una persona que puede enfermar de escarlatina e infectarle tal enfermedad para inmunizarla contra ella. La medida protectora no ha de producir la misma situación de peligro que crea la enfermedad misma, sino solamente algo mucho más leve, como en el caso de la vacunación contra la viruela y otros muchos procedimientos semejantes. En la profilaxia psicoanalítica, por tanto, contra conflictos instintivos los únicos métodos que pueden ser considerados son los otros dos que hemos mencionado: la producción artificial de nuevos conflictos en la transferencia (conflictos a los que después de todo, les falta el carácter de realidad) y la presentación de conflictos reales en la imaginación del paciente hablándole acerca de ellos y familiarizándole con su posibilidad.
No sé si podemos afirmar que el primero de estos procedimientos atenuados se halla excluido del psicoanálisis. En esta dirección no se han hecho experimentos especiales. Pero las dificultades que se presentan no arrojan una luz muy prometedora sobre tales empresas. En primer lugar, las posibilidades de tal situación en la transferencia son muy limitadas. Los pacientes no pueden llevar por sí mismos todos sus conflictos a la transferencia, ni el psicoanalista puede concitar todos sus posibles conflictos instintivos a partir de la situación transferencial. Puede provocar sus celos o hacerles experimentar decepciones en amor, pero para producir esto no se requiere un propósito técnico. Estas cosas suceden por sí mismas en la mayor parte de los análisis. En segundo lugar, no debemos pasar por alto el hecho de que todas las medidas de esta clase obligarían al psicoanalista a conducirse de un modo inamistoso con los pacientes, y esto tendría un efecto perturbador sobre la actitud afectiva - sobre la transferencia positiva -, que es el motivo más fuerte para que el paciente participe en el trabajo común del psicoanálisis. Así, no habríamos de esperar mucho de este procedimiento.
Esto nos deja abierto solamente un método - el que probablemente fue el único que primitivamente se tuvo en cuenta -. Le hablamos al paciente acerca de las posibilidades de otros conflictos instintivos y provocamos la expectación de que tales conflictos puedan aparecer en él. Lo que esperamos es que esta información y esta advertencia tendrán el efecto de activar uno de los conflictos que hemos indicado en un grado moderado y, sin embargo, suficiente para el tratamiento. Pero esta vez la experiencia habla con una voz clara. El resultado esperado no aparece. El paciente oye nuestro mensaje, pero no hay respuesta. Puede pensar: «Esto es muy interesante, pero no siento la menor traza de ello». Hemos aumentado su conocimiento, pero no hemos alterado nada en él. La situación es la misma que cuando la gente lee trabajos psicoanalíticos. El lector resulta «estimulado» solamente por aquellos pasajes que siente que se aplican a él mismo; esto es, que conciernen a conflictos que son activos en él en aquel momento. Todo lo demás le deja frío. Podemos tener experiencias análogas, pienso, cuando damos a los niños una aclaración sexual. Me hallo lejos de mantener que esto sea una cosa perjudicial o innecesaria, pero está claro que el efecto profiláctico de esta medida liberal ha sido grandemente hipervalorado. Después de esta aclaración los niños saben algo que antes no sabían, pero no utilizan los nuevos conocimientos que se les han facilitado. Incluso llegamos a ver que no tienen prisa por sacrificar a estos nuevos conocimientos las teorías sexuales, que podrían ser descritas como un crecimiento natural, y que ellos mismos han construido en armonía y dependencia con su organización libidinal imperfecta - teorías acerca del papel desempeñado por la cigüeña, respecto a la naturaleza del contacto sexual y sobre el modo cómo se hacen los niños -. Mucho tiempo después de haber recibido la aclaración sexual se comportan igual que las razas primitivas que han recibido la influencia del cristianismo, pero continúan adorando en secreto sus viejos ídolos.
Evidentemente, sólo podemos hacer dos cosas. Podemos producir situaciones en las que el conflicto se haga activo o podemos contentarnos con discutirlo en el análisis y señalar la posibilidad de que surja. La primera de estas dos alternativas puede realizarse de dos maneras: en la realidad o en la transferencia - en cualquiera de los dos casos exponiendo al paciente a una cierta cantidad de sufrimiento real por la frustración y el represamiento de la libido -. Es verdad que nosotros ya usamos una técnica de esta clase en nuestro método analítico ordinario. ¿Qué significa, si no, la regla de que el análisis debe realizarse «en un estado de frustración». Pero es una técnica que usamos para tratar un conflicto actualmente activo. Intentamos llevar ese conflicto a una culminación desarrollarlo hasta el máximo para aumentar la fuerza instintiva de que se pueda disponer para su solución. La experiencia psicoanalítica nos ha enseñado que lo mejor es siempre enemigo de lo bueno y que en cada fase de recuperación del paciente hemos de luchar contra su inercia, que en seguida se contenta con una solución incompleta.
Si, sin embargo, lo que pretendemos es un tratamiento profiláctico de los conflictos instintivos que no son actualmente activos, sino meramente potenciales, no será bastante el regular los sufrimientos que ya se hallan presentes en el paciente y que no puede evitar. Deberíamos estar dispuestos a provocar en él nuevos sufrimientos; y esto, hasta ahora y con plena razón, lo hemos dejado en manos del Destino. De todas partes nos reprocharían el intentar sustituir al Destino si sujetáramos a las pobres criaturas humanas a estos crueles experimentos. ¿Y qué clase de experimentos habrían de ser? Con propósitos de profilaxis, ¿podríamos tomar la responsabilidad de destruir un matrimonio satisfactorio o de aconsejar al paciente que abandonara un empleo del que depende su subsistencia? Afortunadamente, nunca nos encontramos en situación de tener que considerar si tales intervenciones en la vida real del paciente están justificadas; no poseemos los plenos poderes que serían necesarios, y el sujeto de nuestro experimento terapéutico rehusaría con seguridad el cooperar en él. Entonces en la práctica tal proceder queda virtualmente excluido; pero, además, existen objeciones teóricas. Porque el trabajo de análisis progresa mejor si las experiencias patógenas del paciente pertenecen al pasado, de modo que su yo pueda hallarse a una cierta distancia de ellas. En los estados de crisis aguda el psicoanálisis no puede utilizarse con ningún propósito.
Todo el interés del yo está absorbido por la penosa realidad y se retira del análisis, que es un intento de penetrar bajo la superficie y descubrir las influencias del pasado. El crear un nuevo conflicto sería solamente hacer más largo y más difícil el trabajo psicoanalítico. Se nos dirá que estas observaciones son completamente innecesarias. Nadie piensa en conjurar de propósito nuevas situaciones de sufrimiento para hacer posible el tratamiento de un conflicto instintivo latente. No podría alardearse mucho de esto como de un logro profiláctico. Sabemos, por ejemplo, que un paciente que ha curado de la escarlatina está inmune para una recaída en la misma enfermedad; pero a ningún médico se le ocurre tomar a una persona que puede enfermar de escarlatina e infectarle tal enfermedad para inmunizarla contra ella. La medida protectora no ha de producir la misma situación de peligro que crea la enfermedad misma, sino solamente algo mucho más leve, como en el caso de la vacunación contra la viruela y otros muchos procedimientos semejantes. En la profilaxia psicoanalítica, por tanto, contra conflictos instintivos los únicos métodos que pueden ser considerados son los otros dos que hemos mencionado: la producción artificial de nuevos conflictos en la transferencia (conflictos a los que después de todo, les falta el carácter de realidad) y la presentación de conflictos reales en la imaginación del paciente hablándole acerca de ellos y familiarizándole con su posibilidad.
No sé si podemos afirmar que el primero de estos procedimientos atenuados se halla excluido del psicoanálisis. En esta dirección no se han hecho experimentos especiales. Pero las dificultades que se presentan no arrojan una luz muy prometedora sobre tales empresas. En primer lugar, las posibilidades de tal situación en la transferencia son muy limitadas. Los pacientes no pueden llevar por sí mismos todos sus conflictos a la transferencia, ni el psicoanalista puede concitar todos sus posibles conflictos instintivos a partir de la situación transferencial. Puede provocar sus celos o hacerles experimentar decepciones en amor, pero para producir esto no se requiere un propósito técnico. Estas cosas suceden por sí mismas en la mayor parte de los análisis. En segundo lugar, no debemos pasar por alto el hecho de que todas las medidas de esta clase obligarían al psicoanalista a conducirse de un modo inamistoso con los pacientes, y esto tendría un efecto perturbador sobre la actitud afectiva - sobre la transferencia positiva -, que es el motivo más fuerte para que el paciente participe en el trabajo común del psicoanálisis. Así, no habríamos de esperar mucho de este procedimiento.
Esto nos deja abierto solamente un método - el que probablemente fue el único que primitivamente se tuvo en cuenta -. Le hablamos al paciente acerca de las posibilidades de otros conflictos instintivos y provocamos la expectación de que tales conflictos puedan aparecer en él. Lo que esperamos es que esta información y esta advertencia tendrán el efecto de activar uno de los conflictos que hemos indicado en un grado moderado y, sin embargo, suficiente para el tratamiento. Pero esta vez la experiencia habla con una voz clara. El resultado esperado no aparece. El paciente oye nuestro mensaje, pero no hay respuesta. Puede pensar: «Esto es muy interesante, pero no siento la menor traza de ello». Hemos aumentado su conocimiento, pero no hemos alterado nada en él. La situación es la misma que cuando la gente lee trabajos psicoanalíticos. El lector resulta «estimulado» solamente por aquellos pasajes que siente que se aplican a él mismo; esto es, que conciernen a conflictos que son activos en él en aquel momento. Todo lo demás le deja frío. Podemos tener experiencias análogas, pienso, cuando damos a los niños una aclaración sexual. Me hallo lejos de mantener que esto sea una cosa perjudicial o innecesaria, pero está claro que el efecto profiláctico de esta medida liberal ha sido grandemente hipervalorado. Después de esta aclaración los niños saben algo que antes no sabían, pero no utilizan los nuevos conocimientos que se les han facilitado. Incluso llegamos a ver que no tienen prisa por sacrificar a estos nuevos conocimientos las teorías sexuales, que podrían ser descritas como un crecimiento natural, y que ellos mismos han construido en armonía y dependencia con su organización libidinal imperfecta - teorías acerca del papel desempeñado por la cigüeña, respecto a la naturaleza del contacto sexual y sobre el modo cómo se hacen los niños -. Mucho tiempo después de haber recibido la aclaración sexual se comportan igual que las razas primitivas que han recibido la influencia del cristianismo, pero continúan adorando en secreto sus viejos ídolos.
Sigmund Freud
Continúa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario