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Son frecuentísimas las
oportunidades en las cuales el niño es menospreciado o en que por lo menos se
siente menospreciado, en las cuales siente que no recibe el pleno amor de sus
padres o, principalmente, lamenta tener que compartirlo con hermanos y
hermanas. La sensación de que su propio afecto no es plenamente retribuido se
desahoga entonces en la idea, a menudo conscientemente recordada desde la más
temprana infancia, de ser un hijastro o un hijo adoptivo. Numerosas personas
que no han llegado a la neurosis recuerdan a menudo ocasiones de esta especie,
en las cuales, influidos generalmente por alguna lectura, interpretaron así las
actitudes hostiles de los padres y
reaccionaron en consecuencia. Ya aquí se evidencia, empero, la influencia del
sexo, pues el varón se inclina mucho más a desplegar impulsos hostiles contra
el padre que contra la madre, y mucho más también a liberarse de aquel que de
ésta. A este respecto, la actividad imaginativa de la niña tiende a ser mucho
más atenuada. Estos impulsos psíquicos de la infancia, conscientemente
recordados, nos ofrecen el factor que ha de permitirnos comprender el mito (El
mito del nacimiento del héroe). Aquí podríamos hablar de la culpa inconsciente,
pero lo dejamos para mejor ocasión. Pido paciencia a los lectores del boletín.
Este incipiente extrañamiento de
los padres, que puede designarse como novela familiar de los neuróticos,
continúa con una nueva fase evolutiva que raramente subsiste en el recuerdo
consciente, pero que casi siempre puede ser revelada por el psicoanálisis. En
efecto, tanto la esencia misma de la neurosis como la de todo talento superior
tienen por rasgo característico una actividad imaginativa de particular
intensidad que, se manifiesta primero en los juegos infantiles, dominando más
tarde, hacia la época prepuberal, todo el tema de las relaciones familiares. Un
ejemplo característico de este tipo particular de fantasías lo hallamos en el
conocido ensueño diurno, que persiste mucho más allá de la pubertad. Examinando
detenidamente estos sueños diurnos, comprobamos que sirven a la realización de
deseos y a la rectificación de las experiencias cotidianas, persiguiendo
principalmente dos objetivos: el erótico y el ambicioso, aunque tras este
último suele ocultarse también el fin erótico. Hacia la época mencionada, la
imaginación del niño se dedica, pues, a la tarea de liberarse de los padres
menospreciados y a reemplazarlos por otros, generalmente de categoría social
más elevada. En esta relación el niño aprovechará cualquier coincidencia
oportuna que le ofrezcan sus experiencias reales – como los encuentros con el
señor feudal o el terrateniente, si vive en el campo, o con algún dignatario o
aristócrata en la ciudad -, despertando dichas vivencias casuales la envidia
del niño, que luego se expresa en la fantasía de sustituir al padre y a la
madre por otros más encumbrados. La técnica aplicada para realizar tales
fantasías – que en ese período son, por supuesto, conscientes – depende de la
habilidad y del material que el niño encuentre a su disposición. También es
importante considerar si las fantasías son elaboradas con mayor o menor afán de
verosimilitud. Esta fase se alcanza en una época en la cual el niño ignora
todavía las condiciones sexuales de la procreación.
(continuará)
Dr.
Carlos Fernández del Ganso
Medico-Psicoanalista
Tel.
918830213 – 676242844
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