sábado, 22 de octubre de 2011

DIFUSIÓN DEL PSICOANÁLISIS. AUTOBIOGRAFÍA. Sigmund Freud (1924-25)

La oposición oficial no ha podido evitar la difusión del psicoanálisis en Alemania y en otros países. En otro lugar -Historia del movimiento psicoanalítico- he seguido las etapas de sus progresos y citado a sus principales representantes. En 1909 fuimos invitados Jung y yo por G. Stanley Hall para dar en la Clark University, de Norteamérica, cuyo presidente era, varias conferencias en alemán durante las fiestas con que dicha Universidad celebrada el vigésimo aniversario de su fundación.
Hall era un psicólogo y pedagogo muy reputado justificadamente, y había integrado el psicoanálisis en sus enseñanzas hacía ya varios años, pues era muy aficionado a introducir novedades y a elevar sobre el pavés nuevas autoridades, sin perjuicio de derrocarlas después.
En Norteamérica encontramos también a James J. Putnam, neurólogo de Harvard, que, a pesar de su avanzada edad, abrigaba un caluroso entusiasmo por el psicoanálisis, y defendió con todo el peso de su personalidad, generalmente respetada, el valor cultural de la nueva disciplina y la pureza de sus intenciones. En este excelente hombre, que como reacción a una disposición a la neurosis obsesiva había adoptado una orientación predominantemente ética, nos contrariaba sólo su deseo de agregar el psicoanálisis a un determinado sistema filosófico y colocarle al servicio de aspiraciones morales. Mi encuentro con el filósofo William James me dejó también una duradera impresión. Yendo un día de paseo con él, se detuvo de repente, me entregó una cartera que llevaba en la mano y me pidió que me adelantase, prometiendo alcanzarme en cuanto dominara el ataque de angina de pecho, que sentía próximo. Un año después moría en uno de estos ataques, y desde entonces me he deseado un análogo valor ante la muerte. Por entonces tenía yo cincuenta y tres años; me sentía joven y sano, y mi corta estancia en el Nuevo Mundo me tonificó considerablemente, aumentando mi confianza en mí propio.
En Europa me parecía sentirme bajo los efectos de una anatema, y en cambio, en América me vi acogido como un igual por aquellos a quienes yo consideraba y respetaba más. Cuando subí a la cátedra de la Universidad de Worcester para pronunciar mis conferencias sobre psicoanálisis creía asistir a la realización de inverosímil fantasía optativa. El psicoanálisis no era ya, pues, un ente de razón, sino una valiosa realidad. Desde mi visita no ha disminuido en América el interés que el psicoanálisis inspiraba ya. Se ha hecho popular entre los profanos y es reconocido por muchos psiquiatras oficiales como un importante elemento de la enseñanza médica. Desgraciadamente, también ha sufrido algunas injustificadas atenuaciones, y algo que nada tiene que ver con él se cubre a veces con su nombre. Cierto es que los médicos americanos carecen en su país de medios de ilustrarse en lo que respecta a la técnica y a la teoría psicoanalíticas. Por último, se tropieza con el behaviourism americano, que se vanagloria ingenuamente de haber suprimido por completo el problema psicológico.
En Europa hubo, de 1911 a 1913, dos movimientos de separación del psicoanálisis, iniciados por personas que hasta entonces habían desempeñado un papel considerable en la recién aparecida ciencia. Me refiero a Alfredo Adler y a C. G. Jung. Ambas defecciones fueron harto peligrosas y agruparon en derredor de sus iniciadores núcleos importantes; pero no debían su fuerza a su contenido propio, sino al deseo de emanciparse de ciertos resultados del psicoanálisis, aun aceptando el material de hechos en el que se basaban. Jung intentó una traducción de los hechos analíticos a lo abstracto e impersonal, traducción por medio de la cual creía ahorrarse el reconocimiento de la sexualidad infantil y del complejo de Edipo y la necesidad del análisis de la infancia. Adler pareció alejarse aún más del psicoanálisis, negando en absoluto la importancia de la sexualidad, refiriendo la formación del carácter y de las neurosis a la aspiración de poderío de los hombres y a su necesidad de compensar su inferioridad constitucional, y anulando todas las nuevas adquisiciones psicológicas del psicoanálisis. Pero todo lo que entonces rechazó ha forzado luego la entrada de su cerrado sistema, cambiando únicamente de nombre. La crítica fue muy benigna para ambos heréticos, y, por mi parte, sólo pude alcanzar que tanto Adler como Jung renunciaran a dar a sus teorías el nombre de psicoanálisis. Actualmente, transcurridos diez años, puede comprobarse que ninguna de estas dos tentativas ha causado perjuicio alguno al psicoanálisis.
Cuando una comunidad se halla fundada en una coincidencia sobre determinados puntos cardinales es natural que salgan de ella aquellos que han abandonado dicho terreno común. Sin embargo, se ha atribuido con frecuencia la defección de antiguos discípulos míos a mi intolerancia o se ha visto en ella la expresión de una fatalidad especial que sobre mí pesaba. Contra este indicaré exclusivamente que frente a aquellos que me han abandonado, como Jung, Adler, Stekel y otros se alza gran número de personas -tales como Abraham, Eitingon, Ferenczi, Rank, Jones, Brill, Sachs, Pfister, Van Emden, Reik y otros- que me son adeptos desde hace más de quince años, durante los cuales han colaborado fielmente conmigo, y con los que vengo manteniendo una ininterrumpida amistad. Cito aquí únicamente a aquellos discípulos míos más antiguos que se han creado ya un nombre en la literatura del psicoanálisis, y la omisión de otros más modernos no significa en modo alguno una menor estimación, pues entre ellos hay inteligencias en las que pueden fundarse grandes esperanzas. Un hombre intolerante y absorbente no hubiera podido conservar en derredor suyo una tan numerosa legión de personas de alta intelectualidad, sobre todo no poseyendo, como no poseo, medio alguno práctico de atracción. Continúa…

ESTUDIAR Y TRABAJAR. Autobiografía - Sigmund Freud (1924-1925)

Pero en 1882 mi venerado maestro rectificó la confiada ligereza de mi padre, llamándome urgentemente la atención sobre mi mala situación económica, y aconsejándome que abandonase mi actividad, puramente teórica. Siguiendo sus consejos, dejé el laboratorio fisiológico y entré de aspirante en el Hospital General. Al poco tiempo fui nombrado interno del mismo, y serví en varias de sus salas, pasando más de seis meses en la de Meynert, cuya personalidad me había interesado ya profundamente en mis años de estudiante. Sin embargo, permanecí en cierto modo fiel a mis primeros trabajos. Brücke me había indicado al principio, como objeto de investigación, la médula espinal de un pez de los más inferiores (el Ammocoetes petromyzon), y de este estudio pasé al del sistema nervioso humano, sobre cuya complicada estructura acababan de arrojar viva luz los descubrimientos de Flechsig. El hecho de elegir única y exclusivamente al principio la medulla oblongata como objeto de investigación, fue también una consecuencia de la orientación de mis primeros estudios, en absoluta oposición a la naturaleza difusa de mi labor durante los primeros años universitarios, se desarrolló en mí una tendencia a la exclusiva concentración del trabajo sobre una materia o un problema únicos. Esta inclinación ha continuado siéndome propia y me ha valido luego el reproche de ser excesivamente unilateral. En el laboratorio de anatomía cerebral continué trabajando, con la misma fe que antes en el fisiológico. Durante estos años redacté varios trabajos sobre la medulla oblongata, que merecieron la aprobación de Edinger. Meynert, que me había abierto las puertas del laboratorio aun antes de hallarme bajo sus órdenes, me invitó un día a dedicarme definitivamente a la anatomía del cerebro, prometiéndome la sucesión en su cátedra, pues se sentía ya muy viejo para profundizar en los nuevos métodos. Atemorizado ante la magnitud de tal empresa, decliné la proposición. Probablemente, sospechaba ya que aquel hombre genial no se hallaba bien dispuesto para conmigo. La anatomía del cerebro no representaba para mí, desde el punto de vista práctico, ningún progreso con relación a la Fisiología. Así, pues, para satisfacer las exigencias materiales hube de dedicarme al estudio de las enfermedades nerviosas. Esta especialidad era por entonces poco atendida en Viena. El material de observación se hallaba diseminado en las diversas salas del hospital, y de este modo se carecía de toda ocasión de estudio, viéndose uno obligado a ser su propio maestro. Tampoco Nothnagel, a quien la publicación de su obra sobre la localización cerebral había llevado a la cátedra, diferenciaba la Neuropatología de las demás ramas de la Medicina interna. Atraído por el gran nombre de Charcot, que resplandecía a lo lejos, formé el plan de alcanzar el puesto de «docente» en la rama de enfermedades nerviosas, y trasladarme luego por algún tiempo a París, con objeto de ampliar allí mis conocimientos. Durante los años en que fui médico auxiliar publiqué varias observaciones casuísticas sobre enfermedades orgánicas del sistema nervioso. Poco a poco fui dominando la materia, y llegué a poder localizar tan exactamente un foco en la medulla oblongata, que la autopsia no añadía detalle alguno a mis afirmaciones. De este modo fui el primer médico de Viena que envió a la sala de autopsias un caso con el diagnóstico de «polineuritis acuta».




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jueves, 20 de octubre de 2011

AUTOEROTISMO

Debemos dedicar toda nuestra atención a este ejemplo. Hagamos resaltar, como el carácter más notable de esta actividad sexual, el hecho de que el instinto no se orienta en ella hacia otras personas. Encuentra su satisfacción en el propio cuerpo; esto es, es un instinto autoerótico para calificarlo con el feliz neologismo puesto en circulación por Havelock Ellis. Se ve claramente que el acto de la succión es determinado en la niñez por la busca de un placer ya experimentado y recordado. Con la succión rítmica de una parte de su piel o de sus mucosas encuentra el niño, por el medio más sencillo, la satisfacción buscada. Es también fácil adivinar en qué ocasión halla por primera vez el niño este placer, hacia el cual, una vez hallado, tiende siempre de nuevo. La primera actividad del niño y la de más importancia vital para él, la succión del pecho de la madre (o de sus subrogados), le ha hecho conocer, apenas nacido, este placer. Diríase que los labios del niño se han conducido como una zona erógena, siendo, sin duda, la excitación producida por la cálida corriente de la leche la causa de la primera sensación de placer.
En un principio la satisfacción de la zona erógena aparece asociada con la del hambre. La actividad sexual se apoya primeramente en una de las funciones puestas al servicio de la conservación de la vida, pero luego se hace independiente de ella. Viendo a un niño que ha saciado su apetito y que se retira del pecho de la madre con las mejillas enrojecidas y una bienaventurada sonrisa, para caer en seguida en un profundo sueño, hemos de reconocer en este cuadro el modelo y la expresión de la satisfacción sexual que el sujeto conocerá más tarde. Posteriormente la necesidad de volver a hallar la satisfacción sexual se separa de la necesidad de satisfacer el apetito, separación inevitable cuando aparecen los dientes y la alimentación no es ya exclusivamente succionada, sino mascada.
El niño no se sirve, para la succión, de un objeto exterior a él, sino preferentemente de una parte de su propio cuerpo, tanto porque ello le es más cómodo como porque de este modo se hace independiente del mundo exterior, que no le es posible dominar aún, y crea, además, una segunda zona erógena, aunque de menos valor. El menor valor de esta segunda zona le hará buscar posteriormente las zonas correspondientes de otras personas; esto es, los labios. (Pudiera atribuirse al niño la frase siguiente: «Lástima que no pueda besar mis propios labios.») No todos los niños realizan este acto de la succión. Debe suponerse que llegan a él aquellos en los cuales la importancia erógena de la zona labial se halla constitucionalmente reforzada. Si esta importancia se conserva, tales niños llegan a ser, en su edad adulta, inclinados a besos perversos, a la bebida y al exceso en el fumar; más, si aparece la represión, padecerán de repugnancia ante la comida y de vómitos histéricos. Por la duplicidad de funciones de la zona labial, la represión se extenderá al instinto de alimentación. Muchas de mis pacientes con perturbaciones anoréxicas, globo histérico, opresión en la garganta y vómitos, habían sido en sus años infantiles grandes «chupeteadores». En el acto de la succión productora de placer hemos podido observar los tres caracteres esenciales de una manifestación sexual infantil. Esta se origina apoyada en alguna de las funciones fisiológicas de más importancia vital, no conoce ningún objeto sexual, es autoerótica, y su fin sexual se halla bajo el dominio de una zona erógena. Anticiparemos ya que estos caracteres son aplicables asimismo a la mayoría de las demás actividades del instinto sexual infantil. Continúa…
“Tres ensayos para una teoría sexual” S. Freud (1905)

viernes, 7 de octubre de 2011

CONGRESOS, ASOCIACIONES Y PUBLICACIONES




Todavía hoy leo en algunos críticos «benévolos» que el psicoanálisis tiene razón hasta determinado punto, pero que a partir de él empieza ya a exagerar o a generalizar injustificadamente. Nada más difícil, sin embargo, que establecer una tal delimitación, sobre todo cuando el que la establece no tenía semanas antes conocimiento ninguno sobre la materia. El anatema oficial contra el psicoanálisis tuvo la consecuencia de hacer más íntima y compacta la unión de los analíticos. En el segundo Congreso, celebrado en Nuremberg (1910), se constituyó a propuesta de S. Ferenczi, la Asociación Psicoanalítica Internacional, dividida en grupos locales, bajo la dirección de un presidente. Esta Asociación ha sobrevivido a la guerra; existe aún hoy en día, y comprende los siguientes grupos: Viena, Berlín, Budapest, Zurich, Londres, Holanda, Nueva York, Panamérica, Moscú y Calcuta. El primer presidente fue, a mi propuesta, C. G. Jung; elección muy desafortunada como después se demostró.
El psicoanálisis fundó entonces una segunda revista -Zentralblatt für Psychoanalyse-, redactada por Adler y Stekel, y poco después, una tercera -Imago- , dirigida por los analíticos no médicos H. Sachs y O. Rank, y dedicada a las aplicaciones del análisis a las ciencias espirituales. Poco después publicó Bleuler su escrito en defensa del psicoanálisis (El psicoanálisis de Freud, 1910).
Por muy agradable que me fuese ver entrar por fin en liza a la equidad y a la honrada lógica, el trabajo de Bleuler no llegó a satisfacerme por completo. Aspiraba, en efecto, con exceso, a una apariencia de imparcialidad, recordándome que no en vano debía el psicoanálisis a este autor la introducción del valioso concepto de la ambivalencia. En posteriores trabajos ha observado Bleuler una conducta tan contraria a las teorías analíticas, y ha puesto en duda o rechazado principios tan importantes, que llegué a preguntarme con asombro en qué podía consistir su adhesión a nuestras opiniones. Sin embargo, posteriormente ha hecho manifestaciones muy favorables a la «psicología de las profundidades» y ha fundado en ella su exposición de las esquizofrenias. Bleuler permaneció poco tiempo dentro de la Asociación Psicoanalítica Internacional, que abandonó a causa de diferencias de criterio con Jung, y Burghölzli se perdió para el análisis. Continúa…

miércoles, 5 de octubre de 2011

LAS LESIONES MUSCULARES EN BARCELONA ¿SON DIFERENTES?

Las lesiones musculares en el Fútbol Club Barcelona, nada tienen que ver con lo psicológico, según afirmó el Dr. Pruna a la pregunta de la prensa deportiva ¿hay algo de psicológico en tanta lesión muscular? en presencia de su colega el doctor Cugat, el galeno respondió concretamente: “No. Pedimos a los jugadores que no hagan ellos el diagnóstico. Que cualquier molestia que noten nos la notifiquen”.
Alega además el Dr. Pruna, que “la acumulación de partidos es la principal causa de las lesiones musculares. La exigencia y el nivel de competición provocan estas dolencias y que el mundo del fútbol está ligado a las lesiones, básicamente musculares”.
Apostillando en la entrevista el doctor Cugat: “el bíceps femoral es la lesión por excelencia del fútbol porque es la que se produce en el momento de disparar y en la arrancada en carrera”. Concretando que alrededor de 20 lesiones musculares, al año, en una plantilla como el Barcelona son la media normal y que no hay que preocuparse por esas cifras.
Los médicos del mejor equipo de fútbol del mundo, deben saber de qué hablan, cuando diagnostican una lesión deportiva, especialmente las lesiones musculares y más concretamente aquel grupo muscular que interviene en ciertas acciones como el golpeo fuerte del balón doblando la rodilla o el arranque brusco en carrera donde intervienen un conjunto de tres músculos llamado “Isquiotibiales”: Bíceps Femoral (o Crural) Semimembranoso y Semitendinoso, con inserciones en la tuberosidad del isquion (cadera) y la meseta tibial, lo que posibilita y permite actuar sincrónicamente en acciones como las descritas.
La cadera está formada por tres huesos siendo uno de ellos el isquion, en el cual nos apoyamos al sentarnos. Estos músculos isquiotibiales permiten extender la cadera, llevando la pierna hacia atrás y flexionar la rodilla, doblándola, movimientos que junto con rotaciones de cadera y rodilla, permiten la carrera y el preciso golpeo del balón en cualquier lance del juego. Cuando un futbolista se lleva la mano a la parte posterior del muslo, nos hace pensar la posibilidad de una lesión de éste tipo.
Deben ser los especialistas en medicina deportiva los que diagnostiquen estas dolencias musculares, siendo los especialistas en psicoanálisis los que deben dejar sentado a todos los profesionales que: no hay lesión muscular sin participación del psiquismo, ya que interviene en toda actividad humana y faceta deportiva. Y lo hace, a veces, en el mecanismo lesional y siempre en el pronóstico de la lesión.
Cualquier molestia previa en el deportista puede deberse, tanto a problemas musculares como a conflictos personales que inciden en el llamado entrenamiento invisible del deportista, manifestándose como efecto en el terreno de juego.
Y debo concretar y es uno de los motivos de esta carta: quiero pensar que la no presencia en la rueda de prensa de un Psicoanalista por parte del Barcelona que colaborara con respuestas más precisas a las preguntas de la prensa deportiva, puede hacer pensar que el Dr. Pruna o el Dr. Cugat desconozcan la importancia y permanente colaboración de cuerpo y mente en todos los futbolistas del Barcelona, estando seguro que el mejor club de fútbol del mundo debe tener a su disposición a los mejores profesionales posibles.
Atentamente.
Dr. Carlos Fernández
Médico Psicoanalista
Especialista en Dirección Deportiva
www.carlosfernandezdelganso.com

lunes, 3 de octubre de 2011

LA SUBLIMACIÓN Y LOS INSTINTOS SEXUALES





Nuestra cultura descansa totalmente en la coerción de los instintos. Todos y cada uno hemos renunciado a una parte de las tendencias agresivas y vindicativas de nuestra personalidad, y de estas aportaciones ha nacido la común propiedad cultural de bienes materiales e ideales. La vida misma, y quizá también muy principalmente los sentimientos familiares, derivados del erotismo, han sido los factores que han motivado al hombre a tal renuncia, la cual ha ido haciéndose cada vez más amplia en el curso del desarrollo de la cultura. Por su parte, la religión se ha apresurado a sancionar inmediatamente tales limitaciones progresivas, ofrendando a la divinidad como un sacrificio cada nueva renuncia a la satisfacción de los instintos y declarando «sagrado» el nuevo provecho así aportado a la colectividad. Aquellos individuos a quienes una constitución indomable impide incorporarse a esta represión general de los instintos son considerados por la sociedad como «delincuentes» y declarados fuera de la ley, a menos que su posición social o sus cualidades sobresalientes les permitan imponerse como «grandes hombres» o como «héroes».
El instinto sexual -o, mejor dicho, los instintos sexuales, pues la investigación analítica enseña qué el instinto sexual es un compuesto de muchos instintos parciales- se halla probablemente más desarrollado en el hombre que en los demás animales superiores, y es, desde luego, en él mucho más constante, puesto que ha superado casi por completo la periodicidad, a la cual aparece sujeto en los animales. Pone a la disposición de la labor cultural grandes magnitudes de energía, pues posee en alto grado la peculiaridad de poder desplazar su fin sin perder grandemente en intensidad. Esta posibilidad de cambiar el fin sexual primitivo por otro, ya no sexual, pero psíquicamente afín al primero, es lo que designamos con el nombre de capacidad de sublimación. Contrastando con tal facultad de desplazamiento que constituye su valor cultural, el instinto sexual es también susceptible de tenaces fijaciones, que lo inutilizan para todo fin cultural y lo degeneran, conduciéndolo a las llamadas anormalidades sexuales. La energía original del instituto sexual varía probablemente en cada cual e igualmente, desde luego, su parte susceptible de sublimación. A nuestro juicio, la organización congénita es la que primeramente decide qué parte del instinto podrá ser susceptible de sublimación en cada individuo; pero, además, las influencias de la vida y la acción del intelecto sobre el aparato anímico consiguen sublimar otra nueva parte. Claro está que este proceso de desplazamiento no puede ser continuado hasta lo infinito, como tampoco puede serlo la transformación del calor en trabajo mecánico en nuestras maquinarias. Para la inmensa mayoría de las organizaciones parece imprescindible cierta medida de satisfacción sexual directa, y la privación de esta medida, individualmente variable, se paga con fenómenos qué, por su daño funcional y su carácter subjetivo displaciente, hemos de considerar como patológicos.





De la “Moral sexual cultural y la Nerviosidad Moderna".
Sigmund Freud 1908
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