De
todo lo expuesto se desprende que la formación de los educadores adquiere, en
el proceso de la educación, un lugar privilegiado. Tan así es que el máximo
interés del psicoanálisis para la
Pedagogía se apoya en un principio demostrado hasta la
evidencia. Sólo puede se pedagogo quien se encuentre capacitado para infundirse
en el alma infantil, y nosotros, los adultos, no comprendemos nuestra propia
infancia.
Nuestra
amnesia infantil es una prueba de cuán extraños a ello hemos llegado a ser. El
psicoanálisis ha descubierto los deseos, mecanismos psíquicos y procesos de la
infancia que intervienen en todo aprendizaje. Los esfuerzos anteriores al 1900,
fueron incompletos y erróneos, como consecuencia de haber dejado de lado por
completo al inestimable factor de la sexualidad en sus manifestaciones
somáticas y psíquicas.
Si
en su trabajo el educador no considera, por ignorancia o se mantiene escéptico
por prejuicios, los descubrimientos más evidentes del psicoanálisis en las
cuestiones de la infancia (el Complejo de Edipo, el Narcisismo, la organización
genital, las disposiciones perversas, el erotismo anal, la curiosidad sexual…)
valorará los procesos del niño y del adolescente de manera parcial, pudiendo
incluso caer en el error de compararlos con los del adulto o con los de su
propia infancia.
Y
continuando leyendo a Freud podemos insistir: cuando los educadores se hayan
familiarizado con los resultados del psicoanálisis, les será más fácil
reconciliarse con determinadas fases de la evolución infantil, y entre otras
cosas no correrá el peligro de exagerar la importancia de los impulsos
instintivos perversos o asociales que el niño muestre. Muy al contrario se
guardarán de toda tentativa de yugular violentamente tales impulsos al saber
que tal procedimiento de influjo puede producir resultados tan indeseables como
la pasividad ante la perversión infantil, temida por los pedagogos.
La
represión violenta de instintos enérgicos, llevada a cabo desde el exterior no
produce nunca en los niños la desaparición ni el vencimiento de tales instintos
y sí tan sólo una represión, que inicia una tendencia a posteriores
enfermedades neuróticas.
El
psicoanálisis tiene frecuente ocasión de comprobar la gran participación que
una educación inadecuadamente severa tiene en la producción de enfermedades
anímicas o con qué pérdidas de la capacidad de rendimiento y de goce es
conquistada la normalidad exigida. Y también puede enseñar cuán valiosas
aportaciones proporciona estos instintos perversos y asociales del niño a la
formación del carácter cuando no
sucumben a la represión, sino que son desviados por medio del proceso llamado
sublimación, de sus fines primitivos y dirigidos hacia otros más valiosos.
(continuará)
Del texto “Psicoanálisis y educación”
Dr. Carlos Fernández
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