jueves, 6 de agosto de 2009

OBSERVACIONES SOBRE EL "AMOR DE TRANSFERENCIA" Sigmund Freud -1914-


OBSERVACIONES SOBRE


EL "AMOR DE TRANSFERENCIA"
1914



(Fragmento)


Resumiendo: no tenemos derecho alguno a negar al enamoramiento que surge en el tratamiento analítico el carácter del auténtico.
Si nos parece tan poco normal, ello se debe principalmente a que también el enamoramiento corriente, ajeno a la cura analítica, recuerda más bien los fenómenos anímicos anormales que los normales.
De todos modos, aparece caracterizado por algunos rasgos que le aseguran una posición especial: 1º) Es provocado por la situación analítica. 2º) Queda intensificado por la resistencia dominante en tal situación; y 3º) Es menos prudente, más indiferente a sus consecuencias y más ciego en la estimación de la persona amada que otro cualquier enamoramiento normal. Pero no debemos tampoco olvidar que precisamente estos caracteres divergentes de lo normal constituyen el nódulo esencial de todo enamoramiento.
Para la conducta del médico resulta decisivo el primero de los tres caracteres indicados. Sabiendo que el enamoramiento de la paciente ha sido provocado por la iniciación del tratamiento analítico de la neurosis, tiene que considerarlo como el resultado inevitable de una situación médica, análogo a la desnudez del enfermo durante un reconocimiento o a su confesión de un secreto importante.
En consecuencia, le estará totalmente vedado extraer de él provecho personal alguno. La buena disposición de la paciente no invalida en absoluto este impedimento y echa sobre el médico toda la responsabilidad, pues éste sabe perfectamente que para la enferma no existía otro camino de llegar a la curación. Una vez vencidas todas las dificultades, suelen confesar las pacientes que al emprender la cura abrigaban ya la siguiente fantasía: "Si me porto bien, acabaré por obtener, como recompensa, el cariño del médico."
Así, pues, los motivos éticos y los técnicos coinciden aquí para apartar al médico de corresponder al amor de la paciente. No cabe perder de vista que su fin es devolver a la enferma la libre disposición de su facultad de amar, coartada ahora por fijaciones infantiles, pero devolvérsela no para que la emplee en la cura, sino para que haga uso de ella más tarde, en la vida real, una vez terminado el tratamiento. No debe representar con ella la escena de las carreras de perros, en las cuales el premio es una ristra de salchichas, y que un chusco estropea tirando a la pista una única salchicha, sobre la cual se arrojan los corredores, olvidando la carrera y el copioso premio que espera al vencedor. No he de afirmar que siempre resulta fácil para el médico mantenerse dentro de los límites que le prescriben la ética y la técnica. Sobre todo para el médico joven y carente aún de lazos fijos. Indudablemente, el amor sexual es uno de los contenidos principales de la vida, y la reunión de la satisfacción anímica y física en el placer amoroso constituye, desde luego, uno de los puntos culminantes de la misma. Todos los hombres, salvo algunos obstinados fanáticos, lo saben así, y obran en consecuencia, aunque no se atreven a confesarlo. Por otra parte, es harto penoso para el hombre rechazar un amor que se le ofrece, y de una mujer interesante que nos confiesa noblemente su amor, emana siempre, a pesar de la neurosis y la resistencia, un atractivo incomparable. La tentación no reside en el requerimiento puramente sensual de la paciente, que por sí solo quizá produjera un efecto negativo, haciendo preciso un esfuerzo de tolerante comprensión para ser disculpado como un fenómeno natural. Las otras tendencias femeninas, más delicadas, son quizá las que entrañan el peligro de hacer olvidar al médico la técnica y su labor profesional en favor de una bella aventura.
Y, sin embargo, para el analítico ha de quedar excluida toda posibilidad de abandono. Por mucho que estime el amor, ha de estimar más su labor de hacer franquear a la paciente un escalón decisivo de su vida. La enferma debe aprender de él a dominar el principio del placer y a renunciar a una satisfacción próxima, pero socialmente ilícita, en favor de otra más lejana e incluso incierta, pero irreprochable tanto desde el punto de vista psicológico como desde el social. Para alcanzar un tal dominio, ha de ser conducida a través de las épocas primitivas de su desarrollo psíquico y conquistar en este camino aquel incremento de la libertad anímica que distingue a la actividad psíquica consciente —en un sentido siste-mático— de la inconsciente.

6 comentarios:

  1. me parece que debieron ser mas claros y no dar tantos rodeos... hablan y hablan pero no dicen nada nutritivo ni importante. siento que perdí mi tiempo al leer este documento.

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  2. A mi me pareció algo claro, por supuesto...., soy psicólogo

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  3. que esperan que les de este escrito ????? buen interrogante para empezar un analisis !!!!!
    patricia 17 de junio 2010

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  4. me gusta tanto mi psicologo.

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  5. deverian intentar buskar termino y konceptos mas klaros y simples, puesto ke no todos somos psikologos, pero no x eso deja de interesarnos la psikologia

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  6. deverian intentar buskar termino y konceptos mas klaros y simples, puesto ke no todos somos psikologos, pero no x eso deja de interesarnos la psikologia

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