domingo, 9 de agosto de 2009

MÚLTIPLE INTERÉS DEL PSICOANÁLISIS. SIGMUND FREUD - 1913 -


Capítulo I - Interés psicológico del psicoanálisis

El psicoanálisis es un procedimiento médico que aspira a la curación de ciertas formas de la nerviosidad (neurosis). En un trabajo publicado en 1910 hube ya de describir la evolución del psicoanálisis desde su punto de partida en el método catártico, de J. Breuer, y sus relaciones con las teorías de Charcot y P. Janet .

Como ejemplos de las formas patológicas accesibles al psicoanálisis pueden ser citadas las convulsiones e inhibiciones de la histeria y los diversos síntomas de la neurosis obsesiva (actos e ideas obsesivas). Trátase de estados que desaparecen a veces espontáneamente y responden de un modo caprichoso, hasta ahora inexplicado, a la influencia personal del médico.

En las formas graves de las perturbaciones mentales propiamente dichas no alcanza el psicoanálisis resultado positivo alguno. Pero tanto en las psicosis como en las neurosis nos facilita por vez primera en la historia de la Medicina una visión de los orígenes y el mecanismo de estas enfermedades. Esta importancia médica del psicoanálisis no justificaría la tentativa de presentarla en un círculo de hombres de estudio interesados por la síntesis de las ciencias, y mucho menos cuando tal empresa habría de parecer prematura mientras una gran parte de los psiquíatras y neurólogos continúe mostrándose opuesto al nuevo método terapéutico y rechace tanto sus hipótesis como sus resultados. Si, no obstante, considero legítima esta tentativa es porque el psicoanálisis aspira a interesar a hombres de ciencia distintos de los psiquíatras, pues se extiende a otros varios sectores científicos diferentes y establece entre ellos y la patología de la vida psíquica relaciones insospechadas. Dejaré, pues, a un lado, por ahora, el interés médico del psicoanálisis y trataré de demostrar, con una serie de ejemplos, mis anteriores asertos sobre nuestra joven ciencia.

Tanto en el hombre normal como en los enfermos tropezamos con una serie de expresiones mímicas y verbales y con numerosos productos mentales que no han llegado a ser hasta ahora objeto de la Psicología por haberlos considerado meramente como resultados de una perturbación orgánica o de una disminución anormal de la capacidad funcional del aparato anímico. Me refiero a las funciones fallidas (equivocaciones orales o en la escritura, olvidos, etc), a los actos casuales y a los sueños de los normales y a los ataques convulsivos, delirios, visiones, ideas y actos obsesivos de los neuróticos. Estos fenómenos -en cuanto no han pasado, como las funciones fallidas, totalmente inadvertidos- se ha venido adscribiendo a la Patología, esforzándose en hallarles explicaciones fisiológicas que jamás han resultado satisfactorias. El psicoanálisis ha demostrado, en cambio, que todos estos fenómenos pueden ser explicados e integrados en el conjunto conocido del suceder psíquico por medio de hipótesis de naturaleza puramente psicológica. Nuestra disciplina ha restringido así el radio de acción de la Fisiología, conquistando, en cambio, para la Psicología una parte considerable de la Patología. La máxima fuerza probatoria corresponde aquí a los fenómenos normales, sin que pueda acusarse al psicoanálisis de transferir a lo normal conocimientos extraídos del material patológico, pues aporta sus pruebas independientemente unas de otras en cada uno de dichos sectores y muestran así que los procesos normales y los llamados patológicos siguen las mismas reglas.

De los fenómenos normales a que nos venimos refiriendo, esto es, de los observables en hombres normales, dedicaremos atención preferente a dos: las funciones fallidas y los sueños. Las funciones fallidas, o sea el olvido ocasional de palabras y nombres, el de propósitos, las equivocaciones orales en la lectura y la escritura, el extravío de objetos, la pérdida definitiva de los mismos, determinados errores contrarios a nuestro mejor conocimiento, algunos gestos y movimientos habituales, todo esto que reunimos bajo el nombre común de funciones fallidas del hombre sano y normal ha sido, en general, muy poco atendido por la Psicología, atribuyéndose a la «distracción» y considerándose derivado de la fatiga, de la falta de atención o de un afecto accesorio de ciertos leves estados patológicos. La investigación analítica ha demostrado con suficiente certeza que tales factores últimamente citados constituyen, todo lo más, circunstancias favorables a la producción de los fenómenos de referencia, pero nunca condiciones indispensables de la misma. Las funciones fallidas son verdaderos fenómenos psíquicos y entrañan siempre un sentido y una tendencia, constituyendo la expresión de determinadas intenciones, que a consecuencia de la situación psicológica dada no encuentran otro medio de exteriorizarse. Tal situación, es, por lo general, la correspondiente a un conflicto psíquico y en ella queda privada de expresión directa y derivada por caminos indirectos la tendencia vencida. El individuo que comete el acto fallido puede darse cuenta de él y puede conocer separadamente la tendencia reprimida que en su fondo existe, pero ignora, en cambio, casi siempre y hasta que el análisis se lo revela, la relación causal existente entre la tendencia y el acto. Los análisis de las funciones fallidas son, muchas veces, fáciles y rápidos. Una vez advertido el fallo por el sujeto, su primera ocurrencia suele traer consigo la explicación buscada.

Los actos fallidos constituyen el material más cómodo para confirmar las hipótesis psicoanalíticas. En un trabajo que data de 1904 he reunido numerosos ejemplos de este orden, con su interpretación correspondiente, colección que ha sido luego aumentada por las aportaciones de otros observadores. El motivo que más frecuentemente nos mueve a reprimir una intención, obligándola así a contentarse con hallar expresión indirecta en un acto fallido, es la evitación de displacer. De este modo olvidamos tenazmente un nombre propio cuando abrigamos hacia la persona a quien corresponde un secreto enfado o dejamos de realizar propósitos que sólo a disgusto hubiéramos llevado a cabo, forzados, por ejemplo, por las conveniencias sociales. Perdemos un objeto cuando nos hemos enemistado con la persona a quien nos recuerda o que nos lo ha regalado. Tomamos un tren equivocado cuando emprendemos el viaje a disgusto y hubiéramos querido permanecer en donde estábamos a trasladarnos a lugar distinto. Donde más claramente se nos muestra la evitación de displacer como causa de estos fallos funcionales es en el olvido de impresiones y experiencias, circunstancia observada ya por autores preanalíticos. La memoria es harto parcial y presenta una gran disposición a excluir de la reproducción aquellas impresiones a las que va unido un afecto penoso, aunque no siempre lo consiga.

En otros casos el análisis de un acto fallido resulta menos sencillo y conduce a soluciones menos transparentes a causa de la intervención de un proceso, al que damos el nombre de desplazamiento. Así, cuando olvidamos el nombre de una persona contra la cual nada tenemos, el análisis nos hace ver que dicho nombre ha despertado asociativamente el recuerdo de otra persona de nombre igual o semejante que nos inspira disgusto. El olvido del nombre de la persona inocente ha sido consecuencia de tal relación, resultando así que la intención de olvidar ha sufrido una especie de desplazamiento a lo largo de un determinado camino asociativo. La intención de evitar displacer no es la única causa de los actos fallidos. El análisis descubre en muchos casos otras tendencias que, habiendo sido reprimidas en la situación correspondiente, han tenido que manifestarse como perturbaciones de una función. Así, las equivocaciones orales delatan muchas veces pensamientos que el sujeto quería mantener ocultos a su interlocutor. Varios grandes poetas han comprendido este sentido de tales equivocaciones y las han empleado en sus obras. La pérdida de objetos valiosos resulta ser muchas veces un sacrificio, encaminado a alejar una desgracia temida, no siendo ésta la única superstición que aún se impone a los hombres cultos bajo la forma de un acto fallido. El extravío temporal de objetos no es, por lo común, sino la realización inconsciente del deseo de verlos desaparecer, y su rotura, la de sustituirlos por otros mejores.

La explicación psicoanalítica de las funciones fallidas trae consigo, no obstante la insignificancia de esos fenómenos, cierta modificación de nuestra concepción del mundo. Hallamos, además, que el hombre normal aparece movido por tendencias contradictorias con mucha mayor frecuencia de lo que sospechábamos. El número de acontecimientos a los que damos el nombre de «casuales» queda considerablemente limitado. En cierto modo resulta consolador pensar que la pérdida de objetos no constituye casi nunca una casualidad, y que nuestra torpeza no es muchas veces sino un disfraz de intenciones ocultas. Mucha mayor importancia entraña el descubrimiento analítico de una participación inconfesada de la propia voluntad del sujeto en numerosos accidentes graves, que de otro modo hubieran sido adscritos a la casualidad. Este hallazgo del psicoanálisis viene a hacer aún más espinosa la diferenciación entre la muerte por accidente casual y el suicidio, tan difícil ya en la práctica. La explicación de los actos fallidos presenta, desde luego, un innegable valor teórico por la sencillez de la solución y la frecuencia de tales fenómenos en el hombre normal. Pero como el resultado del psicoanálisis no es comparable en importancia al obtenido en la aplicación de la misma a otro fenómeno distinto de la vida anímica de los hombres sanos.

Me refiero a la interpretación de los sueños con la cual comienza el psicoanálisis a situarse enfrente de la ciencia oficial. La investigación médica considera los sueños como un fenómeno puramente somático, desprovisto de todo sentido y significación, no viendo en ello sino la reacción del órgano anímico, dormido a estímulos somáticos, que le fuerzan a despertar parcialmente. El psicoanálisis, superando la singularidad, la incoherencia y el absurdo del fenómeno onírico lo eleva a la categoría de un acto psíquico que posee sentido e intención propios y ocupa un lugar en la vida anímica del individuo. Para ella, los estímulos somáticos no son sino uno de los materiales que la formación de los sueños elabora. Entre estas dos concepciones de los sueños no hay acuerdo posible. En contra de la concepción fisiológica, testimonia su infertilidad. A favor del psicoanálisis puede aducirse el haber traducido con pleno sentido y aplicado al descubrimiento de la más íntima vida anímica del hombre millares de sueños.

En un trabajo publicado en 1900 he tratado el importantísimo tema de la interpretación de los sueños, teniendo luego la satisfacción de comprobar que casi todos mis colaboradores en la investigación psicoanalítica han confirmado y propulsado, con sus propias aportaciones, las teorías por mí iniciadas en el mismo. Hoy en día se reconoce unánimemente que la interpretación de los sueños es la piedra angular de la labor psicoanalítica y que sus resultados constituyen la más importante aportación del psicoanálisis a la Psicología. No me es posible exponer aquí la técnica por medio de la cual se llega a la interpretación de los sueños, ni tampoco fundamentar los resultados a los que ha conducido la elaboración psicoanalítica de los mismos. Habré, pues, de limitarme a señalar algunos nuevos conceptos, comunicar los resultados analíticos y acentuar su importancia para la psicología normal. Así, pues, el psicoanálisis nos enseña lo siguiente: Todo sueño posee un sentido; su singularidad procede de las deformaciones que ha sufrido la expresión del mismo; su absurdo es intencionado y expresa la burla, el insulto y la contradicción; su incoherencia es diferente para la interpretación. Lo que del sueño recordamos al despertar no es sino su contenido manifiesto. Aplicando a este contenido manifiesto la técnica interpretadora, llegamos a las ideas latentes que se esconden detrás de él, confiándole su representación. Estas ideas latentes no son ya singulares, incoherentes ni absurdas, sino elementos plenamente significativos de nuestro pensamiento despierto. El proceso que ha transformado las ideas latentes del sueño en el contenido manifiesto del mismo es designado por nosotros con el nombre de elaboración del sueño, y es el que lleva a cabo la deformación, a consecuencia de la cual no reconocemos ya en el contenido del sueño las ideas del mismo.

La elaboración onírica es un proceso de un orden desconocido antes en Psicología y presenta un doble interés. En primer lugar nos descubre procesos nuevos tales como la condensación (de representaciones) y el desplazamiento (del acento psíquico desde una representación a otra), que no hemos hallado en el pensamiento despierto o sólo como base de los llamados errores mentales. Pero, además, nos permite adivinar en la vida anímica un dinamismo cuya acción permanecía oculta a nuestra percepción consciente. Advertimos que existe en nosotros una censura, una instancia examinadora que decide si una representación emergente debe o no llegar a la conciencia, y excluye inexorablemente, dentro de su radio de acción, todo lo que puede producir displacer o despertarlo de nuevo. Recordaremos que tanto esta tendencia a evitar el displacer provocado por el recuerdo como de los conflictos surgidos entre las tendencias de la vida anímica encontramos ya indicios en el análisis de las funciones fallidas. El estudio de la elaboración de los sueños nos impone una concepción de la vida psíquica que parece resolver las cuestiones más discutidas de la Psicología. La elaboración onírica nos obliga a suponer la existencia de una actividad psíquica inconsciente más amplia e importante que la enlazada a la conciencia, y ya conocida y explorada. (Sobre este punto retornaremos al ocuparnos del interés filosófico del psicoanálisis.) Asimismo nos permite llevar a cabo una articulación del aparato psíquico en varias instancias o sistemas, y demuestra que en el sistema de la actividad anímica inconsciente se desarrollan procesos de naturaleza muy distintos a la de los que son percibidos en la conciencia.

La función de la elaboración onírica no es sino la de mantener el estado de reposo. «El sueño (fenómeno onírico) es el guardián del estado de reposo.» Por su parte, las ideas del sueño pueden hallarse al servicio de las más diversas funciones anímicas. La elaboración onírica cumple su cometido, representando realizado, en forma alucinatoria, un deseo emergente de las ideas del sueño. Puede decirse sin temores que el estudio psicoanalítico de los sueños ha procurado la primera visión de una psicología abismal o psicología de lo inconsciente no sospechada hasta ahora. La psicología normal habrá, pues, de sufrir modificaciones fundamentales para armonizarse con estos nuevos conocimientos. No nos es posible llevar a cabo, dentro de los límites de este trabajo, una exposición completa del interés psicológico de la interpretación de los sueños. Dejando bien afirmado que los sueños son un fenómeno pleno de sentido, y como tal objeto de la Psicología, pasaremos a ocuparnos de los descubrimientos aportados a la Psicología por el psicoanálisis en el terreno patológico.

Si las novedades psicológicas deducidas del estudio de los sueños y de las funciones fallidas poseen existencia y valores reales, habrán de ayudarnos a la explicación de otros fenómenos. Así sucede, en efecto, y el psicoanálisis ha demostrado que las hipótesis de la actividad anímica inconsciente, la censura y la represión, la deformación y la producción de sustitutivos, deducidas del análisis de aquellos fenómenos normales, nos facilitan por vez primera la comprensión de toda una serie de fenómenos patológicos, proporcionándonos, por decirlo así, la clave de todos los enigmas de la psicología de las neurosis. Los sueños se constituyen de este modo en prototipo normal de todos los productos psicopatológicos y su comprensión nos descubre los mecanismos psíquicos de las neurosis y psicosis. Partiendo de sus investigaciones sobre los sueños ha podido edificar el psicoanálisis una psicología de las neurosis, que una continuada labor va haciendo cada vez más completa. Para la demostración aquí intentada del interés psicológico de nuestra disciplina, sólo precisamos tratar con cierta amplitud dos puntos de aquel magno conjunto: la demostración de que muchos fenómenos de la Patología que se creía deber explicar fisiológicamente son actos psíquicos, y la de que los procesos que producen los resultados anormales pueden ser atribuidos a fuerzas motoras psíquicas.

Aclaremos la primera de estas afirmaciones con algunos ejemplos. Los ataques histéricos han sido reconocidos, hace ya mucho tiempo, como signos de una elevada excitación emotiva y equiparados a las explosiones de afecto. Charcot intentó encerrar la diversidad de sus formas en fórmulas descriptivas. J. Janet descubrió la representación inconsciente que actúa detrás de estos ataques. El psicoanálisis ha visto en ellos representaciones mímicas de escenas vividas o fantaseadas que ocupan la imaginación del enfermo sin que el mismo tenga conciencia de ellas. El sentido de tales pantomimas queda velado a los ojos del espectador por medio de condensaciones y deformaciones de los actos representados. Este punto de vista resulta aplicable a todos los demás síntomas típicos de los enfermos histéricos. Todos ellos son, en efecto, representaciones mímicas o alucinatorias, de fantasías que dominan inconscientemente su vida emotiva, y significan una satisfacción de secretos deseos reprimidos. El carácter atormentador de estos síntomas procede del conflicto interior provocado en la vida anímica de tales enfermos por la necesidad de combatir dichos impulsos optativos inconscientes.

En otra afección neurótica -la neurosis obsesiva- quedan sujetos los pacientes a la penosa ejecución de un ceremonial sin sentido aparente, constituido por la repetición de actos totalmente indiferentes, tales como los de lavarse o vestirse, la obediencia a preceptos insensatos o la observación de misteriosas inhibiciones. Para la labor psicoanalítica constituyó un triunfo llegar a demostrar que todos estos actos obsesivos, hasta los más insignificantes, poseen pleno sentido y reflejan por medio de un material indiferente los conflictos de la vida, la lucha entre las tentaciones y las coerciones morales, el mismo deseo rechazado y los castigos y penitencias con los que se quiere compensar. En otra distinta forma de la misma enfermedad padece el sujeto ideas penosas, representaciones obsesivas cuyo contenido se le impone imperiosamente, acompañadas de afectos cuya naturaleza e intensidad no corresponden casi nunca al contenido de las ideas obsesivas. La investigación analítica ha demostrado aquí que tales afectos se hallan perfectamente justificados, correspondiendo a reproches basados, por lo menos, en una realidad psíquica. Pero las ideas adscritas a dichos afectos no son ya las primitivas, sino otras distintas, enlazadas a ellos por un desplazamiento (sustitución) de algo reprimido. La reducción de estos desplazamientos abre el camino hasta el conocimiento de las ideas reprimidas y nos demuestra que el enlace del afecto y la representación es perfectamente adecuado.

En otra afección nerviosa, la incurable demencia precoz (parafrenia, esquizofrenia), en la cual los enfermos muestran una absoluta indiferencia, hallamos frecuentemente como únicos actos ciertos movimientos y gestos, uniformemente repetidos, a los que se ha dado el nombre de «estereotipias». La investigación analítica de tales actos (llevada a cabo por C. G. Jung) ha permitido reconocer en ellos residuos de actos mímicos plenos de sentido, por medio de los cuales se creaban antes una expresión los impulsos optativos que dominaban al sujeto. La aplicación de las hipótesis analíticas a los discursos más absurdos y a las actitudes y gestos más singulares de estos enfermos ha permitido su comprensión y su integración en la vida anímica conjunta del sujeto. Análogamente sucede con los delirios, alucinaciones y sistemas delirantes de otros diversos enfermos mentales. Allí donde parecía reinar la más singular arbitrariedad ha descubierto la labor psicoanalítica una norma, un orden y una coherencia. Las más diversas formas patológicas psíquicas han sido reconocidas como resultados de procesos idénticos en el fondo, susceptibles de ser aprehendidos y descritos por medio de conceptos psicológicos. En todas partes hallamos la actuación del conflicto psíquico descubierto en la elaboración de los sueños: la represión de determinados impulsos instintivos, rechazados a lo inconsciente por otras fuerzas psíquicas; los productos reactivos de las fuerzas represoras y los productos sustitutivos de las fuerzas reprimidas, pero no despojadas totalmente de su energía. Por todas partes también encontramos en estos procesos aquellos otros -la condensación y el desplazamiento- que nos fueron dados a conocer por el estudio de los sueños. La diversidad de las formas patológicas observadas en la clínica de Psiquiatría depende de otros dos factores: de la multiplicidad de los mecanismos psíquicos de que dispone la labor de la represión y de la multiplicidad de las disposiciones histórico-evolutivas que permiten a los impulsos reprimidos llegar a constituirse en productos sustitutivos.

Una buena mitad de la labor psiquiátrica es encomendada por el psicoanálisis a la Psicología. Pero constituirá un grave error suponer que el análisis aspira a una concepción puramente psicológica de las perturbaciones anímicas. No puede desconocer que la otra mitad de la labor psiquiátrica tiene por contenido la influencia de factores orgánicos (mecánicos, tóxicos, infecciosos) sobre el aparato anímico. En la etiología de los trastornos psíquicos no admite, ni aun para los más leves, como lo son las neurosis, un origen puramente psicógeno, sino que busca su motivación en la influenciación de la vida anímica por un elemento indudablemente orgánico, del que más adelante trataremos. Los resultados psicoanalíticos, susceptibles de alcanzar una importante significación para la Psicología general, son demasiado numerosos para que podamos detallarlos en este breve trabajo. Unicamente citaremos, sin detenernos en su examen, dos puntos determinados: el modo inequívoco en que el psicoanálisis reclama para los procesos afectivos la primacía en la vida anímica y su demostración de que en el hombre normal se da, lo mismo que en el enfermo, una insospechada perturbación y obnubilación afectiva del intelecto.

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