La historia del psicoanálisis se divide, para mí, en dos períodos, prescindiendo de su prehistoria catártica. En el primero me hallaba totalmente aislado, y tenía que llevar a cabo toda la labor. Este período duró desde 1895-6 a 1906-7. En el segundo, que se extiende desde la última fecha hasta la actualidad, han ido creciendo en importancia las aportaciones de mis discípulos y colaboradores; de manera que hoy, advertido de mi próximo fin por una grave enfermedad, puedo pensar serenamente en el término de mi propio rendimiento. Pero precisamente por tal razón no me es posible tratar en este trabajo de los progresos del psicoanálisis en el segundo período con la misma minuciosidad que he tratado de su paulatina edificación en el primero, lleno exclusivamente de actividad propia.
No me siento con derecho a mencionar aquí sino aquellos nuevos descubrimientos en los que me ha correspondido una amplia participación, o sea, los referentes a la teoría de los instintos y a la aplicación de nuestra disciplina a las psicosis. He de añadir que nuestra creciente experiencia nos ha demostrado cada vez con mayor evidencia que el complejo de Edipo constituye el nódulo de la neurosis, siendo el punto culminante de la vida sexual infantil y el foco del que parten todos los desarrollos ulteriores. Esta circunstancia dio fin a la esperanza de hallar por medio del análisis un factor específico de la neurosis, y hubimos de reconocer que las neurosis no poseen ningún contenido especial exclusivamente peculiar a ellas, y que los neuróticos sucumben bajo el peso de circunstancias que los normales logran dominar felizmente. Este descubrimiento no constituyó para nosotros sorpresa alguna, pues se armonizaba perfectamente con el anteriormente realizado de que psicología de las «profundidades», fruto del psicoanálisis, no era sino la psicología de la vida anímica normal. Nos había, pues, sucedido lo que a los químicos cuando comprobaron que las grandes diferencias cualitativas de los productos se reducían a modificaciones cuantitativas en las proporciones de la combinación de los mismos elementos.
En el complejo de Edipo se nos mostró enlazada la libido a la representación de los progenitores del sujeto; pero éste pasó antes por una época en la que carecía de todo objeto. De esta circunstancia dedujimos la existencia de un estado en el que la libido llena el propio yo, habiéndolo tomado como objeto. Este estado podía denominarse «narcisismo», y no era difícil adivinar que en realidad subsiste siempre, y que el yo continúa siendo a través de toda la vida el gran depósito de libido, del cual emanan las cargas de objeto, y al cual puede retornar la libido desde dichos objetos. Así pues, la libido narcisista se transforma continuamente en libido objetal, y viceversa.
El enamoramiento sexual o sublimado, que llega hasta el sacrificio del sujeto, nos ofrece un excelente ejemplo de la magnitud que esta transformación puede alcanzar. Hasta este momento sólo habíamos atendido en el proceso de la represión a lo reprimido, pero a partir de él nos fue ya posible llegar al conocimiento de los elementos represores. Sabíamos ya que la represión era efectuada por los instintos de conservación que actuaban en el yo (instintos del «yo»), y recaía sobre los instintos libidinosos. Ahora, al reconocer los instintos de conservación como de naturaleza libidinosa, esto es, como libido narcisista, vemos que el proceso de la represión se desarrolla dentro de la libido misma. La libido narcisista se opone a la libido objetal, y el interés de la propia conservación se defiende contra las exigencias del amor objetivo. Continúa…
No me siento con derecho a mencionar aquí sino aquellos nuevos descubrimientos en los que me ha correspondido una amplia participación, o sea, los referentes a la teoría de los instintos y a la aplicación de nuestra disciplina a las psicosis. He de añadir que nuestra creciente experiencia nos ha demostrado cada vez con mayor evidencia que el complejo de Edipo constituye el nódulo de la neurosis, siendo el punto culminante de la vida sexual infantil y el foco del que parten todos los desarrollos ulteriores. Esta circunstancia dio fin a la esperanza de hallar por medio del análisis un factor específico de la neurosis, y hubimos de reconocer que las neurosis no poseen ningún contenido especial exclusivamente peculiar a ellas, y que los neuróticos sucumben bajo el peso de circunstancias que los normales logran dominar felizmente. Este descubrimiento no constituyó para nosotros sorpresa alguna, pues se armonizaba perfectamente con el anteriormente realizado de que psicología de las «profundidades», fruto del psicoanálisis, no era sino la psicología de la vida anímica normal. Nos había, pues, sucedido lo que a los químicos cuando comprobaron que las grandes diferencias cualitativas de los productos se reducían a modificaciones cuantitativas en las proporciones de la combinación de los mismos elementos.
En el complejo de Edipo se nos mostró enlazada la libido a la representación de los progenitores del sujeto; pero éste pasó antes por una época en la que carecía de todo objeto. De esta circunstancia dedujimos la existencia de un estado en el que la libido llena el propio yo, habiéndolo tomado como objeto. Este estado podía denominarse «narcisismo», y no era difícil adivinar que en realidad subsiste siempre, y que el yo continúa siendo a través de toda la vida el gran depósito de libido, del cual emanan las cargas de objeto, y al cual puede retornar la libido desde dichos objetos. Así pues, la libido narcisista se transforma continuamente en libido objetal, y viceversa.
El enamoramiento sexual o sublimado, que llega hasta el sacrificio del sujeto, nos ofrece un excelente ejemplo de la magnitud que esta transformación puede alcanzar. Hasta este momento sólo habíamos atendido en el proceso de la represión a lo reprimido, pero a partir de él nos fue ya posible llegar al conocimiento de los elementos represores. Sabíamos ya que la represión era efectuada por los instintos de conservación que actuaban en el yo (instintos del «yo»), y recaía sobre los instintos libidinosos. Ahora, al reconocer los instintos de conservación como de naturaleza libidinosa, esto es, como libido narcisista, vemos que el proceso de la represión se desarrolla dentro de la libido misma. La libido narcisista se opone a la libido objetal, y el interés de la propia conservación se defiende contra las exigencias del amor objetivo. Continúa…
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