Nada tan necesario en Psicología como la existencia de una teoría básica sobre la que pueda continuarse edificando. Falto de toda base de este orden, ha tenido el psicoanálisis que crear por medio de sucesivos tanteos una teoría de los instintos. Así, estableció primero la antítesis de instintos del yo (conservación-hambre) e instintos libidinosos (amor), sustituyéndola después por la de libido narcisista y libido objetiva. Pero tampoco dijo con esto su última palabra, pues ciertas reflexiones de naturaleza biológica parecían prohibirle satisfacerse con la hipótesis de una única especie de instintos. En los trabajos de mis últimos años (Más allá del principio del placer, Psicología de las masas y análisis del «yo» y El «yo» y el «Ello») he dejado libre curso a mi tendencia a la especulación, contenida durante mucho tiempo, y he intentado una nueva solución del problema de los instintos. He reunido la conservación del individuo y de las especies bajo el concepto de Eros, oponiendo a éste el instinto de muerte o de destrucción, que labora en silencio. El instinto es concebido, en general, como una especie de elasticidad de lo animado; esto es, como una aspiración a reconstituir una situación que existió ya una vez, y fue suprimida por una perturbación exterior.
Esta naturaleza esencialmente conservadora de los instintos queda explicada por los fenómenos de la repetición obsesiva. La colaboración y el antagonismo del Eros con el instinto de muerte constituyen para nosotros la imagen de la vida. La cuestión es que esta construcción teórica se demuestra útil. Aspira esencialmente a fijar una de las representaciones teóricas más importantes del psicoanálisis, pero traspasa considerablemente los límites de esta disciplina. De nuevo he tenido que oír la despectiva afirmación de que no puede confiarse en una ciencia cuyos conceptos superiores son tan poco precisos como el de la libido y el del instinto en el psicoanálisis, pero este reproche se funda en un total desconocimiento de la cuestión. Continúa…
Esta naturaleza esencialmente conservadora de los instintos queda explicada por los fenómenos de la repetición obsesiva. La colaboración y el antagonismo del Eros con el instinto de muerte constituyen para nosotros la imagen de la vida. La cuestión es que esta construcción teórica se demuestra útil. Aspira esencialmente a fijar una de las representaciones teóricas más importantes del psicoanálisis, pero traspasa considerablemente los límites de esta disciplina. De nuevo he tenido que oír la despectiva afirmación de que no puede confiarse en una ciencia cuyos conceptos superiores son tan poco precisos como el de la libido y el del instinto en el psicoanálisis, pero este reproche se funda en un total desconocimiento de la cuestión. Continúa…
No hay comentarios:
Publicar un comentario